Todo grupo y toda organización eclesial, se caracteriza por
tener un cierto “espíritu”, que le es dado, por lo general, por el o los
fundadores de esos movimientos u organizaciones. Dicho “espíritu” es sumamente
importante, porque viene a cumplir las funciones que cumple el alma humana en
el cuerpo: le da vida y movimiento y su actuar depende de cómo sea el espíritu,
y cuando falta ese espíritu fundacional, puede decirse que el movimiento, o
languidece, o directamente muere. Es decir, el espíritu, en una organización
eclesiástica, es vital, en el sentido literal de la palabra, porque así como es
el espíritu, así será el movimiento. ¿Cuál es el espíritu de la Legión? La respuesta
la tiene el Manual del Legionario: “El espíritu de la Legión es el espíritu de
María misma” [1]. La
Legión no tiene otro espíritu que el de María; el espíritu de María, o el alma
de María, es el espíritu o el alma de la Legión, y es lo que le da vida y
movimiento y determina sus características de ser y de obrar. Así como es el
espíritu de María, así es el espíritu de la Legión.
¿Y cómo es el espíritu de María, al cual la Legión debe
imitar, y del cual la Legión debe estar informada, así como el cuerpo está
informado por el alma? También nos lo dice el Manual: “La Legión anhela imitar
(a María en) su profunda humildad, su perfecta sumisión, su dulzura angelical,
su continua oración, su absoluta mortificación, su inmaculada pureza, su
heroica paciencia, su celestial sabiduría, su amor a Dios intrépido y
sacrificado; pero, sobre todo, su fe, esa virtud que en Ella y solamente en
Ella, llegó hasta su más algo grado, una sublimidad sin par”[2].
Esto que vale para la
Legión en su totalidad, vale para cada legionario en particular, es decir, todo
legionario debe tener el espíritu de María, así como toda la Legión debe también
tenerlo: todo legionario debe luchar contra el hombre viejo para imitar a María,
puesto que el espíritu del hombre viejo se opone radicalmente al de María, siendo
imposible la coexistencia de ambos. Así, el legionario –y la Legión- deben
luchar, en concreto, por imitar las excelsas virtudes de María: “su profunda
humildad”, que contrasta con el orgullo y la soberbia del hombre viejo, que impiden,
por ejemplo, el ser capaces de perdonar o de pedir perdón, o de aceptar que se
ha equivocado, o de aceptar una corrección fraterna, sin enfurecerse y
ensoberbecerse: el hombre viejo dice: “A mí nadie me corrige”, lo cual es signo
de que su espíritu no es, en modo absoluto, el de María; “su perfecta sumisión”,
lo cual implica, en el caso de los jóvenes, sumisión a los padres; en los
adultos, sumisión a los superiores; en el caso del Legionario, entender que la
sumisión de buen grado a las órdenes impartidas es signo de humildad y de clara
imitación de María, que fue sumisa a la Palabra de Dios y al deseo del Padre de
que Ella fuera la Madre de Dios Hijo; “su dulzura angelical”, que se contrapone
con el carácter hosco, torpe, sin educación, banal, de quien tiene el espíritu
del mundo; “su continua oración”, que se contrapone con la acedia espiritual,
que lleva al alma mundana o tibia a dejar de lado su oración o, peor aún, a
hacerla con hastío y tedio; “su absoluta mortificación”, que contrasta con el
espíritu mundano, que se caracteriza por la satisfacción de los placeres
sensibles y por la repulsa de todo lo que implique sacrificio; “su inmaculada
pureza”, que se refiere no solo a la pureza corporal, esto es, la castidad y
virginidad, sino también a la pureza de
la fe, porque un legionario jamás puede contaminar su fe católica con creencias
supersticiosas –por ejemplo, asistir a Misa y rezar en su hogar a ídolos
paganos, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, entre otros
tantos-; “su heroica paciencia”, que contrasta con la impaciencia del hombre
viejo, que ante cualquier contratiempo, deja traslucir su enojo, en clara
contraposición con la dulzura del carácter de María; “su celestial sabiduría”, cuya
principal manifestación es el amor a Jesús Eucaristía, el amor a la oración y
el amor al prójimo, y se contrapone con la sabiduría mundana, que desprecia la
sabiduría de Dios; “su amor a Dios intrépido y sacrificado”, que se contrapone
con la tibieza del hombre viejo, que ante el sacrificio que se le pide por amor
a Dios, pone miles de pretextos para no cumplir; por último, el espíritu de
María se caracteriza por su fe, una fe que no se basa en el estado de ánimo –me
siento bien, tengo fe en Dios; estoy pasando un momento difícil, no tengo fe en
Dios-, sino en la firme adhesión de la mente a las verdades de fe de la Santa
Madre Iglesia, expresadas ante todo en el Credo de los Apóstoles.
Cuando la Legión, y cada legionario, tienen este espíritu de
María, no hay empresa que no puedan acometer, y con el mayor de los éxitos,
dice el Manual: “Animada la Legión con esta fe este amor de María, no hay
empresa, por ardua que sea, que le arredre; ni se queja ella de imposibles,
porque cree que todo lo puede (Imitación
de Cristo, III, 3, 5)”[3].
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