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viernes, 17 de julio de 2015

El misterio de la Anunciación de la Encarnación del Verbo y el "Sí" de la Madre de Dios


El Arcángel Gabriel, imponente, despliega sus majestuosas alas ante la Virgen; sin embargo, él mismo se rinde ante la humildad de la Madre de Dios y se arrodilla para darle el mensaje más asombroso que jamás pueda ser concebido por mente angélica o humana: ¡Dios la ha elegido para encarnarse en Ella! El Arcángel la contempla con respetuoso asombro, mientras le transmite el divino mensaje; al mismo tiempo, señala con su dedo índice hacia lo alto, indicando que el Verbo de Dios descenderá de los cielos, mientras que con su mano izquierda sostiene un lirio, indicando la doble pureza de la Encarnación: la del Ser trinitario divino y la de Ella, elegida precisamente por ser un espejo Purísimo y Limpidísimo en el que el Verbo de Dios puede encarnarse sin temor alguno, porque Ella no posee mancha alguna de pecado original. La Madre de Dios, a su vez, se encuentra arrodillada, con sus manos unidas y los ojos cerrados, en un reclinatorio, indicando que se encuentra en estado de profunda oración y de unión mística con Dios Uno y Trino; su hábito rojo simboliza el fuego del Espíritu Santo que la inhabita desde su Inmaculada Concepción; su capa azul, simboliza su estado de Concepción en Gracia Plena, necesaria para ser la Madre del Verbo de Dios. Completan la escena los Querubines que, desde el cielo, entonan cánticos de alabanza al Verbo de Dios y a su Madre.

miércoles, 15 de julio de 2015

Nuestra Señora del Carmen y el Escapulario


         La Orden de los Carmelitas se estableció en el Monte Carmelo, el monte en donde el profeta Elías tuvo la experiencia de Dios, quien no estaba “ni en el viento huracanado, ni el terremoto, ni en el fuego, sino en la suave brisa”, es decir, en el silencio (cfr. 1 Re 19, 12). Además, Elías defendió la pureza de la fe en un Dios Uno y Verdadero, frente a la contaminación de los numerosos cultos idolátricos y paganos de la Antigüedad. Basándose en el profeta, los carmelitas se establecieron en este monte como eremitas, siendo desde el inicio grandes devotos de la Virgen: en el siglo XIII, cinco siglos antes de que se proclamara el Dogma de la Inmaculada Concepción, los carmelitas tenían una misa en honor a la Inmaculada Concepción[1]. Lo que caracterizó a la orden, desde un inicio, fueron entonces el amor a la Virgen y la unión con Dios en el amor contemplativo. El amor carmelitano por la Virgen no fue nunca, desde los inicios, una mera devoción sentimentalista, sino que los Carmelitas vieron en la Virgen el modelo a seguir y el camino a transitar, para unirse con Dios Hijo de un modo rápido y seguro, además de tomar de la Virgen la matriz para la orden, en lo que se refiere a oración, contemplación y consagración de la vida a Dios. Hablando del Carmelo, dice así el Santo Padre Benedicto XVI: “El más célebre de los eremitas, de estos hombres de Dios, fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los “Carmelitas”, familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, “llegó felizmente a la santa montaña” (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor”[2].
Sin embargo, hubo un momento de grave crisis en la historia de la Orden –no sabemos los particulares-, en los que hasta el mismo Superior General, San Simón Stock, temió por el destino de la misma.
Fue entonces que el cielo vino en ayuda de los Carmelitas: Nuestra Señora del Carmen se apareció a San Simón Stock el 16 de julio de 1215 y le concedió el santo escapulario, prometiendo que quien muriese con él puesto, no se condenaría en el infierno: “Quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno”. También prometió la Virgen que al devoto del escapulario, si estuviera en el Purgatorio, Ella lo iría a buscar, para llevarlo al cielo, al sábado próximo de su muerte.
Ahora bien, el Escapulario entregado por la Virgen es un sacramental, lo cual quiere decir que su uso tiene ciertas exigencias, además de un profundo significado espiritual y por lo tanto no puede ser usado de cualquier manera. Ante todo, hay que saber que, como todo sacramental, el Escapulario de la Virgen del Carmen es un objeto religioso aprobado por la Iglesia como un signo que nos ayuda a vivir en el camino de la santidad y, al mismo tiempo, a aumentar y acrecentar, cada vez más, la devoción y el amor a la Virgen. Esto se notará en la vida espiritual, cuando el alma experimente un verdadero rechazo a todo pecado, incluido el pecado venial, siendo un signo de crecimiento espiritual el experimentar no solo un rechazo, sino el preferir la muerte terrena, antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado (es lo que pidió Santo Domingo Savio en su Primera Comunión, y es lo que pedimos, aunque con otras palabras, en la fórmula de la Penitencia sacramental: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”). El objetivo de los sacramentales –y por lo tanto, del Escapulario del Carmen- es el de mover nuestros corazones a renunciar a todo pecado, incluso al venial.
Otra cosa a tener en cuenta es que el escapulario, al ser un sacramental, no nos comunica gracias como hacen los sacramentos sino que nos disponen al amor a Dios y a la verdadera contrición del pecado si los recibimos –y los usamos- con devoción[3].
El Escapulario del Carmen tiene tres significados: el amor maternal de predilección por parte de María; que pertenecemos a María y que llevamos el yugo de Cristo.
El Escapulario significa que María, en cuanto Madre Nuestra, nos cubre con su manto, literalmente, al modo como lo hace una madre con su niño recién nacido. Este significado se ve mejor en los escapularios de tela, pero si son de metal, es obvio que el significado es el mismo.
El otro significado es que pertenecemos –literalmente- a María, con todo nuestro ser, nuestra vida, nuestra existencia, nuestras posesiones, nuestros bienes materiales y espirituales. Es el signo exterior –es un hábito simplificado, al estilo del hábito de los carmelitas- de la consagración interior del alma a María: llevar el hábito significa estar consagrados a la Virgen, y esto quiere decir que le pertenecen a la Virgen nuestro acto de ser, nuestra alma con sus potencias –inteligencia, memoria, voluntad-, con sus sentidos internos y externos, y nuestro cuerpo. Llevar el hábito significa que estamos consagrados a María, es decir, que todo nuestro ser ha sido depositado en el Inmaculado Corazón de María, por lo que toda nuestra vida debe llevar el sello de María: debemos mirar y amar el mundo y las creaturas, con los ojos y el Corazón de María. El Papa Pío XII, en el año 1950, dijo así acerca del Escapulario: “Que sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos”.
El último significado, es que llevamos sobre nosotros el suave yugo de Cristo: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de Mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11, 29-30). El escapulario simboliza el yugo de Jesús, que es su cruz, y que Jesús nos invita a cargar, todos los días, pero que María nos ayuda a llevar, también todos los días.




[1] http://www.corazones.org/maria/carmen_virgen/a_carmen.htm
[2] Benedicto XVI, 15,VII,06; http://www.corazones.org/maria/carmen_virgen/a_carmen.htm
[3] http://www.corazones.org/maria/carmen_virgen/a_carmen.htm