“Durante su embarazo, María fue a casa de Zacarías (…) y
saludó a Isabel” (cfr. Lc 1, 39-47). La
Virgen, encinta por obra del Espíritu Santo, enterada que
su prima Santa Isabel está también embarazada de modo milagroso, acude a ayudarla en su embarazo.
Lo que parece una simple visita de una mujer encinta, primeriza, a su
pariente, esconde sin embargo, misterios divinos
inalcanzables para la mente humana, misterios que se manifiestan por las
reacciones de los protagonistas de la escena evangélica. Cuando la Virgen
llega, Juan el Bautista, que se encuentra en el seno de Isabel, salta de
alegría, mientras que su madre, Santa Isabel, saluda a su pariente, María,
llamándola, no por su nombre, “María”, sino con un nombre celestial, divino,
sobrenatural, ya que le dice: “Madre de mi Señor”, al tiempo que reconoce que
el salto que su hijo da en el vientre no se debe a un movimiento fisiológico,
sino a la alegría sobrenatural que experimenta por la llegada de la Virgen. Por otra parte,
la misma Virgen María no saluda con un saludo familiar a su prima Isabel, como debería hacerlo si se
tratara la escena de una simple escena de familia; la Virgen entona un cántico
celestial, en el cual su espíritu Purísimo exulta de gozo y de alegría, proclamando
la sublime majestad de la Divinidad que la ha enviado: “Mi alma canta la
grandeza del Señor; mi Espíritu se alegra en Dios mi Salvador”.
Todo esto se debe a que la Visitación de la Virgen contiene un misterio sobrenatural divino, absoluto, encerrado en sus entrañas, y es su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y es el motivo por el cual todos los integrantes de la escena evangélica exultan de alegría, y es el motivo también por el cual, cuando la Virgen visita a alguien, cualquiera que sea, ese alguien, nunca queda con las manos vacías, siempre recibe un don, el don de la alegría y del Amor de Dios y del Espíritu de Dios.
Todo esto se debe a que la Visitación de la Virgen contiene un misterio sobrenatural divino, absoluto, encerrado en sus entrañas, y es su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y es el motivo por el cual todos los integrantes de la escena evangélica exultan de alegría, y es el motivo también por el cual, cuando la Virgen visita a alguien, cualquiera que sea, ese alguien, nunca queda con las manos vacías, siempre recibe un don, el don de la alegría y del Amor de Dios y del Espíritu de Dios.
La Visitación de la Virgen no deja nunca a nadie con las
manos vacías, porque la Virgen es Portadora de Jesucristo; la Virgen es la
Custodia Viviente de Jesús; la Virgen es el Sagrario Ambulante de Cristo y como
Cristo es el Dador del Espíritu junto al Padre, adonde llega la Virgen llega
Cristo y Cristo sopla el Espíritu y es el Espíritu el que infunde el Amor y el
Conocimiento de Cristo y con el Amor y el Conocimiento de Cristo vienen la
Alegría de Conocerlo y Amarlo. Esto es lo que explica que la Visitación de la
Virgen a Santa Isabel hagan saltar de gozo a Juan el Bautista en el vientre de
Santa Isabel y que Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, llame a la Virgen “Madre
de mi Señor”, y que la Virgen cante, llena de la alegría del Espíritu Santo, el
Magnificat.
La Virgen María en la Visitación es, entonces, Modelo de la
Iglesia Misionera, porque donde va María, va Cristo y Cristo sopla al Espíritu Santo,
Espíritu que enciende al alma en el Amor y la Alegría divinas, para que el alma
cante, en el tiempo y en la eternidad, las misericordias de Dios.
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