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domingo, 29 de diciembre de 2013

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios




         ¿Por qué la Iglesia inicia el año civil con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios? ¿Hay alguna relación entre el tiempo cotidiano –el medido por segundos, minutos, horas- de nuestra existencia terrena, con la Virgen? ¿O se trata de una  mera coincidencia ?
La respuesta es que la Iglesia no coloca esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil, por casualidad, sino que lo hace con la intención de que meditemos acerca de la relación que hay entre nuestro tiempo humano, caracterizado por el correr de los minutos, las horas y los días, y señalado por el calendario civil, con el fruto de sus entrañas, Cristo Jesús. Hay una estrechísima relación entre el año civil que iniciamos cada 1º de enero, con todas sus vicisitudes que le acompañan, y el fruto virginal del seno de María Santísima, Nuestro Señor Jesucristo, porque Jesucristo es Dios eterno, es la eternidad en sí misma, es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino, y como tal, es el Creador del tiempo, el Dueño y el Señor del tiempo, de todo tiempo humano, del tiempo de cada hombre y del tiempo de toda la humanidad, y es por esto que llamamos a Jesucristo "Señor de la historia" en la oración por la Patria: "Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos...". En cuanto Dios eterno nacido en el tiempo, Jesucristo es el Señor del tiempo, es el que dio inicio al tiempo y es el que dará fin al tiempo, en el Día del Juicio Final, para dar comienzo a la eternidad. Él es “el alfa y el omega, el principio y el fin” (Ap 22, 13) de todo tiempo, y al encarnarse en el tiempo en el seno de María Virgen, para luego nacer en Nochebuena, lo que hizo fue hacer partícipe, al tiempo y a la historia humana, de su propia eternidad; al encarnarse y nacer en el tiempo de la historia humana, Jesús, Dios eterno, dio al tiempo y a la historia del hombre un nuevo sentido, una nueva dirección, encaminándolo hacia la eternidad. Al encarnarse y nacer y vivir durante treinta y tres años, Jesús, Dios eterno, impregnó el tiempo humano de su misma eternidad, haciendo que toda la historia humana quede centrada en Él, que es la eternidad en sí misma. A partir de Cristo, toda la historia humana y todo hombre con su tiempo de vida personal, tienen como centro a Jesucristo, y hacia Él tienden, lo quieran o no lo quieran, y tengan fe en Él o no tengan fe en Él, porque Él es, en cuanto Dios eterno encarnado, el centro absoluto de la historia humana y de cada hombre.
         Esto significa que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, de la vida personal del cristiano le pertenece y es propiedad de Jesucristo, porque el tiempo personal de cada ser humano está permeado por la eternidad de Jesucristo, por lo que toda vida humana adquiere sentido y llega a su plenitud si se dirige a la feliz unión con Él, por medio de la fe, del amor y de la gracia sacramental. Quien libre y voluntariamente orienta su vida y su tiempo de vida en la tierra al Hombre-Dios Jesucristo, se encamina a su feliz eternidad, porque el designio de Dios en la Encarnación de su Verbo, es que todo hombre, uniéndose a Cristo en el tiempo, por la gracia, por la fe y por el amor, alcance la eternidad en el Reino de los cielos.
         Por el contrario, quien voluntaria y libremente decide vivir egoístamente su tiempo sin Dios, apartado de Cristo y de su gracia, frustra los planes divinos para su vida y se encamina hacia la eterna infelicidad.
         La Iglesia nos invita a meditar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil no por casualidad sino para que, consagrando a Ella nuestra vida terrena, con todo su tiempo pasado, presente y futuro, nos unamos ya en el tiempo a su Hijo Jesús, como anticipo de la unión en la gloria que por la Misericordia Divina esperamos gozar, por la eternidad, en el Reino de los cielos.

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