La
Inmaculada Concepción es modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor.
En Ella no solo nada está contaminado,
sino que todo es de una pureza infinitamente superior a la de los ángeles y
santos en el cielo.
Es
modelo de pureza de cuerpo, porque jamás tuvo trato con hombre alguno, como Ella
lo declara en el anuncio del Ángel, mostrándose sorprendida de cómo sería
posible concebir si Ella “no conocía varón” (Lc 1, 34). La Virgen estuvo libre de todo
tipo de concupiscencias y jamás cometió ni siquiera una imperfección. Su Cuerpo
Inmaculado, libre de toda pasión desordenada, fue en su vida terrena, desde su
Concepción Inmaculada, una ofrenda purísima a Dios y, hasta el momento de su
muerte, en que su Cuerpo fue glorificado, la Virgen ofreció continuos
sacrificios y mortificaciones. De esta manera, la Virgen demostró que se puede
orar con el Cuerpo y que el Cuerpo es “templo del Espíritu Santo” y que por lo
tanto no solo no debe ser profanado con ningún género de impurezas ni de amores
profanos e impuros, sino que debe ser conservado constantemente en la gracia de
Jesucristo, que es quien lo perfuma con su fragancia exquisita.
Es modelo de pureza de alma, porque su
alma, con sus potencias –inteligencia, voluntad, memoria-, dio gloria a Dios
desde el primer instante de su creación. Su inteligencia estuvo siempre
orientada a la Verdad, y no solo jamás fue seducida por el error, sino que
profundizó en esta Verdad, que era su Hijo encarnado, cada segundo de su vida
terrena, y es así como la Virgen, iluminada por la Verdad Divina, fue sumamente
libre, de acuerdo a las palabras de Jesús: “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42); su voluntad, su capacidad
de amar y de elegir el bien, jamás se desvió un ápice del Amor Hermoso, Dios, y
jamás dejó de elegir siempre el Bien Supremo, Dios Uno y Trino, de manera que
todo lo que amó y eligió fue siempre Dios y solo Dios, y si amó a las creaturas
y eligió a las creaturas, lo hizo por Dios, para Dios, en Dios. Su memoria no
recordaba otra cosa que las maravillas de Dios obradas en Ella, y es esto lo
que expresa la Virgen en el Magnificat (cfr. Lc 1, 46-55).
Además, su alma, colmada de la gracia e
inhabitada por el Espíritu Santo desde su creación, y libre del pecado original
y sus perniciosos efectos en mérito a que la Virgen fue creada para ser la
Madre de Dios, brilló siempre con las virtudes más excelsas, poseídas por Ella
en un grado desconocido para las creaturas, al participar directa y plenamente
de la santidad de su Hijo Jesucristo. Así nos demuestra la Virgen que el alma
humana ha sido creada por Dios y para Dios, y que todo lo que el alma posee le
pertenece a Dios Padre, a Jesucristo y al Espíritu Santo, y a ellos debe
glorificar con sus potencias, buscando de conocer a las Divinas Personas cada
vez más, para amarlas cada vez más, y para recordar sus maravillas y
proclamarlas al mundo.
La Virgen es modelo de pureza de fe, porque
jamás contaminó su fe en el Verdadero y Único Dios, el Dios por el cual se
vive, el Dios de toda majestad, poder, bondad y misericordia, Dios Uno y Trino.
Jamás contaminó su fe en Dios Padre, Creador de todo lo visible e invisible;
jamás contaminó su fe en su Hijo Jesucristo, nacido del Padre antes de todos
los siglos, y de su seno virginal en la plenitud de los tiempos; jamás
contaminó su fe en Dios Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, causa de la
Encarnación del Verbo del Padre. La Virgen no solo nunca se inclinó a los
ídolos, puesto que esto es imposible de toda imposibilidad metafísica, sino que
es la Destructora de los ídolos y de las supersticiones y de la fe contaminada
por la malicia del hombre y del demonio. Y puesto que la Virgen comunica de su
fe purísima a la Iglesia, la Virgen nos enseña que solo hay que creer en la fe
de la Iglesia, que es una fe pura e inmaculada, es la fe en Dios Uno y Trino y
en la Encarnación del Hijo de Dios; es la fe en el poder divino de la gracia
santificante, conseguida por Cristo al precio de su Sangre en la Cruz y
comunicada sin límites en los sacramentos de la Iglesia Católica. La Virgen,
con su Pureza Inmaculada, es modelo inigualable de fe, de fe pura,
incontaminada, fe que Ella participa a la Iglesia, fe no contaminada con
gnosticismo, ni con supersticiones, ni con vanos y orgullosos pensamientos
humanos. Si alguien quiere conservar la fe pura y sin mancha, la que lo
conducirá al cielo, debe creer en el Credo de la Santa Iglesia Católica, porque
la fe de la Iglesia es la fe de la Virgen María.
La Virgen es modelo de pureza de Amor a
Dios Uno y Trino, porque ama a Dios Trino con un amor no contaminado por amores
mundanos y profanos; todo lo que ama, lo ama en Dios Trinidad, para Dios
Trinidad y por Dios Trinidad, y nada ama que no sea en Dios Trinidad. Ama a
Dios Padre, porque es su Hija predilecta; ama a Dios Hijo, porque es su Madre,
la Madre de Dios; ama a Dios Espíritu Santo, su Divino Esposo, que hizo de su
cuerpo, de su Corazón Inmaculado y de su Alma Santísima, un Tabernáculo
Viviente del Amor Divino.
La Virgen también es modelo de amor puro
al prójimo, porque da su vida y aquello que ama más que su vida, su Hijo Jesús,
por la salvación de su prójimo, que resulta ser toda la humanidad, que es
adoptada por Ella al pie de la Cruz por mandato de Jesús expresado en la tercera
palabra: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn
19, 27). La Virgen María es también modelo de dolor puro ofrecido a Dios, que así se convierte en dolor redentor, porque el dolor del Inmaculado Corazón de María es el dolor del Sagrado Corazón de Jesús, y que por esto mismo, es un dolor que salva a la humanidad, porque es el dolor del Santo Sacrificio de la Cruz. La Virgen es modelo de dolor ofrecido a Dios porque no solo no se rebela ante el dolor, sino que lo ofrece con amor por la salvación de los hombres, uniendo el dolor más grande de su Corazón, el ver morir a su Hijo en la Cruz, por la salvación de los hombres.
Puesto que Dios creó a la Virgen como
modelo inigualable de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor, y puesto que
nos la dio como Madre al pie de la Cruz, la conmemoración de la Inmaculada
Concepción no puede nunca quedar en un mero recuerdo, sino que debe ser un
estímulo para imitarla, porque todo hijo que ame a su madre se esfuerza por imitar sus virtudes.
Excelente contemplación de la pureza de la Santísima Virgen, nos permite verla con la grandeza de su virginidad.
ResponderEliminarGracias Padre Álvaro Sánchez, muy lindo su discurso sobre la Pureza de Mamita María