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lunes, 23 de septiembre de 2013

Nuestra Señora de la Merced


          Uno de los títulos de Nuestra Señora de la Merced es el de "Redentora de cautivos". El motivo de esta advocación es que, en nombre de la Virgen de la Merced, la Orden Mercedaria, fundada por San Pedro Nolasco, tenía como misión el rescate de los cristianos tomados como prisioneros por los musulmanes y que, como consecuencia, se encontraban en peligro de perder la fe. A menudo, los frailes mercedarios se ofrecían a sí mismos, para ser canjeados por los prisioneros, obteniendo de esta manera su liberación. Muchos de estos frailes, convertidos en prisioneros voluntarios, morían en esta condición, imitando de esta manera a Jesucristo, que dio primero su vida por nosotros en la Cruz y haciendo realidad sus palabras con sus propias vidas: "Nadie tiene más amor que el da la vida por los amigos" (Jn 15, 13).
          En nuestros días, no se da esta situación, tal como se daba en tiempos de San Pedro Nolasco; sin embargo, los cautivos, no tanto materialmente hablando, sino desde el punto de vista espiritual, han aumentado hasta formar un número inmensamente mayor que el de los cristianos capturados por los musulmanes.
          Hoy en día, existen numerosísimos cautivos espirituales, prisioneros de las más diversas esclavitudes, unas peores que otras, las cuales se presentan disfrazadas de ídolos. Así, muchos son esclavos del ídolo del dinero; otros, del placer; otros, de la música indecente; otros, de la violencia; otros, de la droga; otros, del fútbol y de la política; otros, de la lujuria... La lista de las modernas esclavitudes es interminable, como interminables son los ídolos que el hombre mismo se fabrica, y como interminable es la sed de las pasiones desenfrenadas que estos ídolos despiertan en el hombre. Esta esclavitud moderna es inmensamente peor que la meramente física, porque aún cuando deje en libertad de movimiento el cuerpo, el espíritu es duramente aferrado y atenazado con lazos más duros que el acero, imposibles de romper por creatura alguna.

          Al igual que los mercedarios, que imitando a Jesucristo dieron sus vidas para la liberación de los cautivos, también nosotros, en nombre de Jesucristo y de la Virgen de la Merced, podemos y debemos ofrendar nuestras vidas en el altar eucarístico, uniéndonos a Cristo crucificado e inmolándonos por la liberación de nuestros hermanos, cautivos de tantos lazos y carceleros espirituales, para que obtengan la verdadera libertad, la libertad que da la gracia, la libertad de los hijos de Dios.

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