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sábado, 20 de octubre de 2012

Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús



            Cuando María se apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes, le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. ¿Cuál es el alcance de estas palabras? ¿Qué significado encierran estas palabras? María le dice a Bernardita que Ella es la Mujer que ha sido concebida de manera inmaculada, es decir, sin mácula, sin mancha. Ya con esto, sería la primera mujer y la primera criatura, desde Adán y Eva, en nacer sin las tinieblas espirituales que envuelven al alma apartándola de la luz de Dios y que es el pecado. María es la Mujer concebida sin pecado original y eso es la Inmaculada Concepción. Pero no es tanto la concepción sin pecado lo que hace de María Inmaculada; es Inmaculada porque no tiene pecado original, pero lo que hace de María, de su ser y de su alma, la poseedora de una pureza sobrehumana, es la Presencia y la inhabitación del Espíritu de Dios en Ella, desde el momento de su concepción. La Presencia del Espíritu de Dios en la raíz de su ser llena a María del Espíritu mismo en Persona; María es inhabitada por la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo y es esta inhabitación desde su Concepción lo que hace propiamente a María Inmaculada. El hecho de ser concebida sin pecado es para que el Espíritu de Dios habite en Ella, en su ser y en sus facultades, en su alma y en su cuerpo. Así María es la criatura que más alta santidad posee luego del mismísimo Dios: solo su Hijo Jesús, que es Dios en Persona, puede decirse que la supera en santidad y en pureza. La pureza de María no consiste solo en que no tuvo concupiscencia, sino en que el Espíritu de Dios habitó en Ella desde su Concepción y habitó en Ella para que Ella fuera el Sagrario Viviente que albergara al Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús. María es la Inmaculada Concepción, la Llena del Espíritu Santo, para inmolarse como Tabernáculo Vivo y Santo que alberga al Dios Tres veces santo, Jesucristo.
Pero Dios no se detiene con sus prodigios y el prodigio obrado en María continúa en el signo de los tiempos: así como María es Inmaculada para recibir al Pan de Vida eterna, Jesucristo, así el alma se vuelve inmaculada como María cuando está en gracia y está en gracia para recibir al Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía. El recuerdo de la Inmaculada Concepción no debe ser solo un objeto de devoción; no debe quedarse solo en la piedad, so pena de caer en el ritualismo formal y en la devoción vacía, sin espíritu, que termina transformándose en hábito cultural. La devoción a María Inmaculada debe servirnos de estímulo para imitar a María en su pureza, en su vida en gracia, para recibir a su Hijo, Jesús Eucaristía. Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús.

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