En la casi totalidad de sus
apariciones, la Virgen
nos pide, con insistencia, lo siguiente: penitencia, sacrificio, oración,
ayuno.
Por ejemplo, en Fátima, después de sus
apariciones, el Ángel de la Paz,
se les aparece a los niños, que están jugando, y les dice: “¿Qué hacéis? Los
Sagrados Corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras oraciones por
los pecadores”.
La Virgen, luego de mostrarles el infierno a los
tres pastorcitos, les dice que allí van los “pobres pecadores”, porque no
tienen “quién rece y haga sacrificios” por ellos, y luego pide que hagamos
sacrificios para que no caigan en el infierno los pecadores. A partir de las
visiones y de los pedidos de la
Virgen, los pastorcitos se destacarán por sus múltiples
penitencias y sacrificios; siendo niños, se privan de agua en días de calor,
soportan las humillaciones a las que los somete el intendente del lugar, que no
creía en las apariciones, pasan largas horas en oración, rezando el Rosario y
pasan todo el tiempo que pueden adorando a Jesús en el sagrario. Por ejemplo,
Francisco, antes y después de asistir a la escuela, pasaba por la capilla y
hacía adoración al Santísimo Sacramento, y cuando Jacinta se enfermó y fue
llevada a un hospital de la capital, porque se había agravado, le pedía a la
enfermera que corriera la cama para que ella, desde la ventana, pudiera mirar
el techo de la capilla vecina, en la dirección en donde estaba el sagrario.
Como estas, los pastorcitos hicieron muchas otras penitencias y sacrificios,
por pedido de la Virgen,
y también del Ángel de Portugal.
En una de las apariciones en La Salette, la Inmaculada Concepción
se le aparece a Bernardita, y lo único que repite es, por tres veces,
“penitencia”: “Penitencia, penitencia, penitencia”. Además, guía en el rezo del
Rosario a Bernardita.
En las apariciones como Nuestra Señora
del Rosario de San Nicolás, la
Virgen pide rezar el Rosario, asistir a Misa el domingo y
hacer penitencias y ayunos.
En Akita, Japón, igualmente.
Cuando se aparece como María Rosa
Mística, a una señora mayor llamada Pierina Gilli, la Virgen le explica que las
tres rosas, blanca, roja y amarilla, significan respectivamente oración,
sacrificio y reparación.
En La Salette, la Virgen llora amargamente
porque los católicos insultan a su Hijo
y porque prefieren las diversiones del mundo antes que la Misa del Domingo, y también
pide penitencia y oración, avisando que si no hacían caso, iba a venir una
plaga para las papas y que la gente moriría de hambre, lo cual finalmente
sucedió.
En Ruanda, la Virgen se apareció a un
grupo de jóvenes, que en ese entonces, eran adolescentes de la secundaria,
advirtiéndoles que si no se convertían y abandonaban la vida de pecado, iba a
suceder una gran desgracia en el país, una guerra civil, en donde moriría
muchísima gente, lo cual también, desgraciadamente, sucedió, porque casi nadie
hizo caso de las advertencias, y murieron más de un millón de personas, en lo
que se conoce como el “genocidio ruandés”.
Como estos ejemplos, podríamos seguir
enumerando innumerables apariciones de la Virgen, en los que se repiten, con insistencia
dramática, los pedidos de oración, de penitencia, de ayuno, de sacrificios.
¿Por qué este pedido de la Virgen?
No se entienden los pedidos de la Virgen, y la necesidad
urgente de hacer caso a los mismos, sino se considera antes cómo está el mundo
en relación a Dios, y para saberlo, hay que recordar una frase que la Virgen le dijo a Sor
Faustina, en una de sus apariciones: “Hasta los ángeles de Dios temblarán el
Día de la ira de Dios”.
Lo que tenemos que tener en cuenta es
que el hombre, con sus continuos pecados, con la continua maldad que nace de su
corazón, ha ofendido y sigue ofendiendo a Dios. Para que nos demos una idea,
delante de Dios, no pueden estar los corazones enojados, los corazones
mentirosos, los corazones malos, los corazones tramposos, los corazones
ladrones, y es por eso que necesitamos la purificación de nuestro corazón, de
donde salen “cosas malas”, como nos enseña Jesús en el Evangelio, y la
purificación de los corazones se produce, además de por la gracia santificante,
por la oración, la penitencia y el ayuno.
Otra cosa que tenemos que saber es que, como
Dios es tan infinitamente perfecto, cada mentira, por pequeña que sea, merece
castigo, y con mucha mayor razón, merecen un castigo mayor los pecados más
graves, como el aborto, los robos, los sacrilegios, las guerras, las
discordias, las profanaciones a la Eucaristía y a la Virgen.
Como consecuencia de todos estos pecados, que
vienen desde Adán y Eva, que desobedecieron a Dios, y se continúan todos los
días, esos pecados reclaman justicia delante de Dios, porque el pecado es
malicia, mientras que Dios es bondad infinita, y Él no soporta el mal, mucho
menos, cuando el mal brota del corazón del hombre.
Pero es aquí en donde viene Jesús en nuestra
ayuda, porque Él se interpone entre la Justicia Divina y
nosotros, ofreciéndose al Padre para reparar por tanta maldad, y es por eso que
recibe todo el castigo que nos merecíamos todos y cada uno de nosotros. Cuando
vemos a Jesús condenado a muerte, coronado de espinas, insultado, golpeado,
flagelado, crucificado, tenemos que pensar que ése era nuestro lugar ante la Justicia Divina, y
que si no hemos recibido todo ese castigo, es porque Jesús se interpuso, como
si fuera un escudo protector, entre la justa ira de Dios y nosotros.
Este es el motivo por el cual tenemos que estar
agradecidos a Jesús, porque Él ha soportado el castigo que merecían nuestras
culpas, y sus heridas son consecuencias de nuestros pecados, y es así como dice
el profeta Isaías: “Sus heridas nos han salvado”. Jesús entonces nos salva,
pero también quiere asociarnos a la tarea de la salvación de la humanidad,
quiere que seamos co-rredentores con Él, y para asociarnos a su Cruz, es que
Jesús nos dice en el Evangelio: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y
me siga”.
Éste es el sentido de las oraciones, las
penitencias, los ayunos y las mortificaciones, que nos pide la Virgen en sus apariciones:
unirnos, por todos estos medios, a Jesús en la Cruz, para salvar a nuestros hermanos de la
eterna condenación, para que sean llevados al cielo. Cuando hacemos todo esto,
somos co-rredentores, es decir, salvamos a la humanidad, junto a Jesús
crucificado y junto a la Virgen,
que está al pie de la Cruz.