La Virgen María nos enseña cómo recibir
a su Hijo Jesús en la
Eucaristía
¿Cuál era el estado anímico y espiritual de la Virgen María al recibir a su
Hijo en la Encarnación?
Es muy importante saberlo, puesto que siendo Ella la Madre de Dios, y la que más cerca
está de su Hijo, es a la vez nuestro ejemplo más preciado de cómo debemos
nosotros recibir a Jesús. En otras palabras, siendo María al mismo tiempo Madre
de Dios, al haberlo engendrado por el Espíritu Santo al anuncio del Arcángel
Gabriel, y siendo María nuestra Madre del cielo, al habernos engendrado por el
mismo Espíritu al pie de la Cruz,
por pedido de Jesús –nos engendró espiritualmente como hijos al decirle Jesús a
Juan: ‘He ahí a tu Madre’, porque en Juan estábamos todos representados-, María
es ejemplo y modelo de cómo debemos recibir a Jesús, ante todo en la comunión
eucarística.
Por eso
nos volvemos a preguntar: ¿cómo recibió María a su Hijo Jesús en la Encarnación? Y nos
responde un Padre de la Iglesia
del siglo II, San Justino: “La
Virgen concibió a Cristo con fe y alegría”. Aquí tenemos
entonces la clave de cómo debe ser nuestra comunión eucarística: con fe y con
alegría, al igual que nuestra Madre del cielo, María Santísima.
Dice así
San Justino: “Él (Jesús) existía antes que el lucero de la mañana y que la
luna, pero se dignó nacer tomando carne de aquella virgen de la familia de
David para que por medio de esta dispensación destruyera a la serpiente que
obra la maldad desde el principio y a sus ángeles que se le parecen. (…)
Sabemos que nació de la Virgen
como hombre, para que la desobediencia de la serpiente encontrara su
destrucción por el mismo camino por el que tuvo principio. Eva era virgen e
incorrupta, pero cuando concibió la palabra de la serpiente dio a luz la
desobediencia y la muerte. En cambio la Virgen
María concibió con fe y alegría cuando el ángel Gabriel le
dio la buena noticia de que el Espíritu Santo descendería sobre Ella, y la
fuerza del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual, lo Santo que habría
de nacer de Ella sería Hijo de Dios. Ella respondió: ‘Que se haga en mí según
tu palabra’” (Diálogo con Trifón,
113, 4).
San
Justino nos enseña entonces cómo debe ser nuestro estado anímico y espiritual
en el momento de comulgar: con fe y con alegría, al igual que la Virgen. Fe en la Palabra de Dios, de que su
Hijo se encarnó en el seno virgen de María hace más de veinte siglos, y que
continúa su encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar
eucarístico, prolongando la
Encarnación en la Eucaristía para luego prolongar su Presencia en
nuestras almas y corazones. Alegría, porque nada hay que llene más al corazón
humano de alegría infinita, de gozo indescriptible, de dicha verdadera, de
regocijo celestial, que saber no solo que Dios existe, sino que ese Dios se ha
encarnado y que quiere venir a habitar en los corazones que lo reciben con fe y
con amor. Al recibir a Jesús Eucaristía, recordemos entonces el estado
espiritual y anímico de nuestra Madre del cielo, María Santísima, para pedirle
la gracia de recibir a su Hijo, en cada comunión, con su misma fe y con su
misma alegría.
Y de esa
manera, colaboraremos también a hacer menos sombrío el mundo, y más luminoso
porque, al igual que la luz eterna del Verbo de Dios resplandeció en María
Santísima en el momento de la
Encarnación, dando fuga a las tinieblas de la serpiente, así
también Jesús resplandecerá en nuestras almas y corazones, en donde no habrá
lugar para la oscuridad.
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