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jueves, 28 de julio de 2011

Bienaventurados los pobres de espíritu



“Bienaventurados los pobres de espíritu” (cfr. Mt 5, 3). El pobre de espíritu es aquel que, en relación con los bienes –sean materiales o espirituales-, los posee, sí, pero no vacila en donarlos en bien del prójimo. Pero es también pobre de espíritu quien, experimentando la condición limitada de la naturaleza humana, desea poseer la inagotable riqueza del ser divino.

En ambos sentidos, Jesús es el Primer Pobre, ya que poseyendo la riqueza inestimable de su Ser divino, en compañía de su Padre, procediendo eternamente del seno de su Padre, decide, sin dejar de ser Dios infinitamente rico y dichoso en su divinidad, encarnarse, tomar forma de hombre, es decir, decide anonadarse, hacerse nada -que eso es el ser del hombre en comparación con la riqueza del ser divino-, para enriquecernos con el don de su misterio pascual de muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hace pobre, adopta y se une a una naturaleza humana, para enriqucernos con el don de su divinidad por medio de su muerte en cruz y resurrección.

Jesús es pobre también en el segundo sentido, sobre todo en la cruz, porque si bien Él es Dios Hijo en Persona, en su Humanidad se abandona al Padre de un modo tan perfecto y completo, que nada más necesita ni quiere poseer, que no sea el perfecto cumplimiento de su Divina Voluntad, que por medio de su sacrificio quiere la salvación de los hombres. Su grito, antes de morir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (cfr. Lc 23, 45), es la máxima expresión de la máxima pobreza espiritual, porque no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús en la cruz es además ejemplo de pobreza para el cristiano, enseñando la pobreza de la cruz: sus únicas posesiones materiales consisten en aquello que sirven para ir al cielo: la cruz de madera, el letrero indica su realeza, la corona de espinas, los clavos de hierros. Pero en la cruz es pobre también espiritualmente,

Pero si Jesús es pobre entre los pobres, María es también la más pobre entre los pobres, ya que dona a Dios todos los bienes que posee, que no son otra cosa que su propio ser y su propia voluntad, entregando a Dios todo lo que tiene, su pureza, su vida, su voluntad, su ser y su naturaleza humana, para que Dios derrame sobre la humanidad miserable la riqueza inmensa de su Amor divino. Pero luego, cuando Ella sea la más rica de todas las criaturas, donará la totalidad de su riqueza, el fruto bendito de su vientre virginal, Jesús, para la salvación de los hombres, y lo donará en la cruz, aceptando la Voluntad del Padre que quiere el sacrificio de su Hijo, y lo donará cada vez en la Eucaristía, en donde su Hijo se entrega como Pan de Vida eterna, y en ambos casos, en la cruz y en la Eucaristía, el don de María expresa su pobreza espiritual, porque, al igual que su Hijo, no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús y María son entonces los Pobres de espíritu por excelencia, ya que donan todo lo que tienen y poseen, todos sus bienes: su ser divino, en el caso de Jesús, su vida humana y su amor de madre en el caso de María, y ambos dones se renuevan en cada comunión eucarística, en donde María Iglesia nos dona a su Hijo, y en donde su hijo Jesús se dona con su Cuerpo glorioso y resucitado. Son los Pobres por excelencia ya que en la donación de sus seres y de sus vidas expresan el desapego esencial a todo lo creado, desapego que es a la vez deseo de unión con Dios Trinidad.

Bienaventurado quien, como la Madre y el Hijo, experimenta el deseo, venido de lo alto, de donarse con todo su ser al Padre por su Hijo en el Espíritu de Amor; bienaventurado quien tiene sed de Dios Trino, bienaventurado quien oye su Palabra y cumple su Voluntad.

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