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jueves, 28 de julio de 2011

Bienaventurados los pobres de espíritu



“Bienaventurados los pobres de espíritu” (cfr. Mt 5, 3). El pobre de espíritu es aquel que, en relación con los bienes –sean materiales o espirituales-, los posee, sí, pero no vacila en donarlos en bien del prójimo. Pero es también pobre de espíritu quien, experimentando la condición limitada de la naturaleza humana, desea poseer la inagotable riqueza del ser divino.

En ambos sentidos, Jesús es el Primer Pobre, ya que poseyendo la riqueza inestimable de su Ser divino, en compañía de su Padre, procediendo eternamente del seno de su Padre, decide, sin dejar de ser Dios infinitamente rico y dichoso en su divinidad, encarnarse, tomar forma de hombre, es decir, decide anonadarse, hacerse nada -que eso es el ser del hombre en comparación con la riqueza del ser divino-, para enriquecernos con el don de su misterio pascual de muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hace pobre, adopta y se une a una naturaleza humana, para enriqucernos con el don de su divinidad por medio de su muerte en cruz y resurrección.

Jesús es pobre también en el segundo sentido, sobre todo en la cruz, porque si bien Él es Dios Hijo en Persona, en su Humanidad se abandona al Padre de un modo tan perfecto y completo, que nada más necesita ni quiere poseer, que no sea el perfecto cumplimiento de su Divina Voluntad, que por medio de su sacrificio quiere la salvación de los hombres. Su grito, antes de morir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (cfr. Lc 23, 45), es la máxima expresión de la máxima pobreza espiritual, porque no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús en la cruz es además ejemplo de pobreza para el cristiano, enseñando la pobreza de la cruz: sus únicas posesiones materiales consisten en aquello que sirven para ir al cielo: la cruz de madera, el letrero indica su realeza, la corona de espinas, los clavos de hierros. Pero en la cruz es pobre también espiritualmente,

Pero si Jesús es pobre entre los pobres, María es también la más pobre entre los pobres, ya que dona a Dios todos los bienes que posee, que no son otra cosa que su propio ser y su propia voluntad, entregando a Dios todo lo que tiene, su pureza, su vida, su voluntad, su ser y su naturaleza humana, para que Dios derrame sobre la humanidad miserable la riqueza inmensa de su Amor divino. Pero luego, cuando Ella sea la más rica de todas las criaturas, donará la totalidad de su riqueza, el fruto bendito de su vientre virginal, Jesús, para la salvación de los hombres, y lo donará en la cruz, aceptando la Voluntad del Padre que quiere el sacrificio de su Hijo, y lo donará cada vez en la Eucaristía, en donde su Hijo se entrega como Pan de Vida eterna, y en ambos casos, en la cruz y en la Eucaristía, el don de María expresa su pobreza espiritual, porque, al igual que su Hijo, no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús y María son entonces los Pobres de espíritu por excelencia, ya que donan todo lo que tienen y poseen, todos sus bienes: su ser divino, en el caso de Jesús, su vida humana y su amor de madre en el caso de María, y ambos dones se renuevan en cada comunión eucarística, en donde María Iglesia nos dona a su Hijo, y en donde su hijo Jesús se dona con su Cuerpo glorioso y resucitado. Son los Pobres por excelencia ya que en la donación de sus seres y de sus vidas expresan el desapego esencial a todo lo creado, desapego que es a la vez deseo de unión con Dios Trinidad.

Bienaventurado quien, como la Madre y el Hijo, experimenta el deseo, venido de lo alto, de donarse con todo su ser al Padre por su Hijo en el Espíritu de Amor; bienaventurado quien tiene sed de Dios Trino, bienaventurado quien oye su Palabra y cumple su Voluntad.

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados


“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5, 4). Esta bienaventuranza parece algo contradictorio: ¿cómo puede ser alguien “bienaventurado”, es decir, feliz, dichoso, si llora? ¿No es acaso el llanto el signo por excelencia de la desdicha? Es cierto que al llanto sigue la promesa del consuelo, pero no deja de ser llanto, es decir, signo de desdicha y de lamento, y por eso nuevamente la pregunta: ¿cómo se puede ser feliz alguien que llora por la desdicha? La respuesta es que no hay contradicción, porque si bien es cierto que el llanto es signo de pesar y dolor, ha sido asumido, como toda realidad humana –excepto el pecado-, por Cristo en la cruz, y por lo mismo, ha sido santificado. Ninguna bienaventuranza puede entenderse fuera de la cruz de Jesús y de Jesús en la cruz, y mucho menos la bienaventuranza del que llora. Sólo el llanto llorado al pie de la cruz es bienaventurado, porque solo ese llanto es santificado por Cristo y solo en esta santificación radica el consuelo del que llora.

Y si es bienaventurado el que llora, Jesús es el Primer Bienaventurado porque Él es el primero en llorar por la justicia y el honor de Dios, pisoteados por el infierno y por la humanidad desagradecida, y por eso es el primero en merecer la consolación divina. Llora Jesús como Niño Dios, desde su ingreso en este mundo, llora por el frío de la noche de Belén, pero llora más por el frío que encuentra en los corazones de los hombres, en sus corazones enfriados en el amor a Dios; llora el Niño Dios y llora también el Mesías de Israel, por su patria, Jerusalén (cfr. Lc 19, 41), porque se obstina en rechazar al enviado de Dios; llora Jesús por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Mt 11, 32-44), cuyo cadáver en descomposición representa al alma en pecado mortal, muerta a la vida de la gracia; llora con lágrimas de sangre el Sagrado Corazón en la amargura del Huerto (cfr. Lc 22, 39-46), por la indiferencia de todos aquellos que se perderán al despreciar el amor de Dios que se les ofrece por su sacrificio en cruz; llora el Hombre-Dios que cuelga desde la cruz, por el terrible dolor que en su alma provoca el odio deicida y fratricida de los hombres; llora en silencio porque muchos de los bautizados, aquellos por quienes se entregó, son indiferentes y rechazan su sacrificio en cruz y Su Presencia Sacramental.

María es también la Primera Bienaventurada, y por eso llora también la Virgen: llora la Madre del Niño Dios, al verlo tan desamparado en la noche fría y oscura del abandono y del rechazo de los hombres; llora la Gloria de Israel, al comprobar que los Elegidos de Dios se confabulan con el infierno para llevar a su Hijo a al cruz; llora el Corazón Inmaculado en el Huerto de Getsemaní, compartiendo la amargura del Corazón de Su Hijo por todos los desagradecidos que se perderán por culpa propia; llora la Virgen de los Dolores al pie de la cruz, porque los dolores de Su Hijo que cuelga de la cruz los siente Ella en el alma y en su Corazón Purísimo como si fueran propios; llora la Virgen que adora la Eucaristía al ver tantos lugares vacíos en las Horas santas, vacíos porque quienes deberían ocuparlos, adorando a Su Hijo, prefieren otros amores y otros entretenimientos, antes que compartir con Él un poco de su tiempo mundano.

Lloran la Madre y el Hijo, lloran los Bienaventurados, y sus lágrimas de dolor, de pena y de tristeza, y también de amor, las ofrecen al Padre quien derrama su Espíritu Consolador sobre los hombres, convirtiendo sus lágrimas de dolor y desesperanza en lágrimas de consuelo y de alegría.

viernes, 15 de julio de 2011

Nuestra Señora del Carmen



En el siglo XIII, la Orden de los Carmelitas atravesaba un momento difícil, y necesitaba una profunda renovación espiritual, por lo que el entonces Superior General de la Orden del Carmelo, San Simón Stock, comenzó a rezarle a la Virgen con mucha devoción, invocándola con el nombre de “Estrella del mar”. Como respuesta a la oración de San Simón Stock, la Virgen María se le apareció el día 16 de julio del año 1251, y le dijo, mostrándole un escapulario: “Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno”. La Virgen María dio a Stock el escapulario, y le dijo que el que muriera con el escapulario puesto, no sufriría las penas del infierno, porque moriría en gracia de Dios, y Ella misma lo haría salir del Purgatorio.

¿Cuál es el significado de esta aparición? ¿Qué quiere decir “escapulario”? ¿Qué implica el uso del escapulario? ¿Por qué motivo la Virgen promete lo que promete? ¿Solo por usar el escapulario nos veremos libres del infierno? ¿Por qué la Virgen María se le aparece a un religioso carmelita y le da lo que le da?

Intentaremos responder a estas preguntas, comenzando por lo más significativo de esta aparición de la Virgen: lo más significativo de la aparición de la Virgen es el don del escapulario, y lo es tanto más por lo que el escapulario significa: el escapulario que la Virgen da a Stock, es su propio hábito, el hábito de la Virgen del Carmelo, lo cual quiere decir que llevar el escapulario es como llevar el hábito de la Virgen. Dice así el Santo Padre Juan Pablo II: “el escapulario (de la Virgen del Carmen) es esencialmente un ‘hábito’”.

Lo que la Virgen le da a San Simón Stock entonces es un hábito, y es esto precisamente lo que más llama la atención, porque San Simón Stock, a quien la Virgen se le aparece, era un religioso y llevaba, por lo tanto, un hábito. Lo llamativo en esta aparición de María Virgen no es la extraordinaria misericordia de María –su Corazón es un corazón infinitamente misericordioso-, sino que se le apareciera a San Simón Stock, que era Superior Carmelita, y le diera un hábito religioso, porque eso es lo que el escapulario significa: un hábito. Si San Simón Stock ya era religioso y llevaba hábito; ¿por qué la Virgen le da entonces un nuevo hábito? La Virgen María le da este hábito a San Simón Stock para que el nuevo hábito fuera usado por aquellos que, sin ser religiosos carmelitas, habrían de recibir los beneficios de los religiosos carmelitas. Los religiosos carmelitas ya llevan un hábito, de color marrón, que es el color del hábito de la Virgen del Monte Carmelo; quiere decir entonces que el escapulario es ante todo para aquellos que no son religiosos carmelitas, pero que al usar el escapulario, sin ser religiosos carmelitas, reciben los beneficios de los carmelitas.

La Virgen entonces se le aparece a San Simón Stock, le da un escapulario, que es su propio hábito, y promete que quien lo use, vivirá protegido por Ella y luego será asistido por Ella misma en Persona, en el momento de la muerte. Quiere decir que, con el uso del escapulario, se reciben las gracias concedidas a este escapulario, que es el de vivir protegidos por la Virgen y ser asistidos por Ella en el momento de la muerte. Con estas afirmaciones no hay problemas: usando el escapulario, se reciben las gracias concedidas a este escapulario, el ser protegidos por la Virgen y ser asistidos por Ella al morir. Esto se entiende, pero, ¿qué es lo que quiere decir esto? ¿Quiere decir lo que entiendo de buenas a primera, que el escapulario, por ser un don de la Virgen, me salva del infierno y del Purgatorio? Si el escapulario me salva del infierno y del purgatorio, entonces voy al cielo. De esto surge una pregunta ineludible: ¿usando el escapulario tengo ya asegurada la entrada al cielo?

La respuesta a estas preguntas no es ni lineal ni sencilla, porque no es ni lineal ni sencillo el uso del escapulario.

Ante todo, el escapulario es un sacramental, es decir, es un objeto –una cosa, de metal o de tela-, aprobado por la Iglesia, que obra como signo para ayudar al cristiano a vivir esta vida unidos a Dios, pero el escapulario, en tanto trozo de tela o de metal, no salva por sí mismo, aún cuando esté bendecido, porque el escapulario es solo un signo de la realidad que sí salva: la gracia de Jesucristo, que nos viene por los sacramentos.

El escapulario simboliza nuestro deseo de vivir bajo el manto de la Virgen, pero vivir bajo el manto de la Virgen quiere decir vivir en gracia, y la gracia la tenemos por los sacramentos, porque los sacramentos son la humanidad de Cristo extendida en el tiempo y en el espacio. Con esto, ya tenemos una primera respuesta a las preguntas: el escapulario es sinónimo de vida de la gracia, porque no es el escapulario en sí lo que salva, sino la gracia de Jesucristo que nos viene por los sacramentos.

Regresando al momento de la aparición, la Virgen dona el escapulario, que es su hábito, para ser usado por quienes no son religiosos carmelitas. ¿Qué implica más precisamente usar el escapulario? ¿Quiere decir que hay que “portarse bien”? Usar el escapulario es vivir bajo el manto de la Virgen, pero vivir bajo su manto no es solo evitar el pecado para no caer en el infierno: es vivir la plenitud de la vida de la gracia, para alcanzar la vida eterna en el cielo.

Usar el escapulario no quiere decir dedicarse a cada paso a ver qué es pecado y qué no es pecado, porque eso nos llevaría, tarde o temprano, a los escrúpulos; usar el escapulario es vivir en su más grande plenitud la vida de hijos de Dios, y los hijos de Dios viven su vida preocupados más por el amor que por el temor; viven preocupados más por saber de qué modo pueden demostrar más y más su amor a Dios, y no fijándose en qué es en lo que no lo ofenden. Usar el escapulario implica, de parte de quien lo usa, comprometerse a una determinada vida, porque, como dijimos, el escapulario no salva por sí mismo. Pero también aquí debemos estar atentos para no confundirnos: quien usa el escapulario, no se compromete a simplemente vivir una vida honrada; quien usa el escapulario, no se compromete a simplemente ser bueno y a no hacer el mal; quien usa el escapulario no se compromete a vivir una vida “moralmente correcta”. Usar el escapulario quiere decir buscar de vivir en gracia, y vivir en gracia quiere decir ser partícipes de la vida y de los misterios del Hombre-Dios Jesucristo y de la vida y de los misterios de su Madre, la Madre de Dios, María Santísima, y esto es algo inmensamente más grande, profundo y misterioso, que simplemente querer ser más buenos. Quien usa el escapulario, comienza a vivir otro estado de vida, la vida de la gracia, que es algo superior a la vida natural, y como la moral depende del estado de la naturaleza[1], hay un compromiso a vivir una moral no natural, sino sobrenatural, pero antes de la moral, están los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo, de quien depende esa moral, por eso, quien usa el escapulario, se compromete, antes que a vivir una moral sobrenatural, a vivir y contemplar los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo. De otro modo, es decir, sin contemplar y vivir de los misterios de Cristo, usar el escapulario se vuelve una empresa imposible, porque quien usa el escapulario se compromete a una vida de santidad, que implica una moral sobrenatural, y vivir una moral sobrenatural sin la fuente de esa moral, que es el misterio de Cristo, se vuelve una empresa imposible y hasta absurda.

¿Qué es lo que implica, y qué es lo que no implica, el uso del escapulario de la Virgen del Carmen?

Usar el escapulario no quiere decir vivir una vida simplemente buena, sino una vida sobrenatural, la vida misma de Jesucristo, Dios Hijo, y la vida misma de la Virgen María, la Madre de Dios.

Usar el escapulario de la Virgen del Carmen no es “portarse bien”, sino ser santos, pero ser santos no es una frase vacía: es imitar a Cristo y a María, e imitar a Cristo y a María no es parecerse por fuera, sino vivir la vida misma de Cristo y de María por medio de la gracia sacramental, de manera que Cristo viva en nosotros y nosotros en Cristo, de manera que Cristo sea carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre y hueso de nuestros huesos; es participar de la cruz de Cristo y de los dolores de su Madre; es amar a los enemigos, como Cristo nos amó y nos perdonó desde la cruz, siendo nosotros sus enemigos; es perdonar a los enemigos, como María nos perdonó, siendo nosotros los que matábamos al Hijo de su Corazón; es obrar la misericordia, la caridad y la compasión, como Cristo y María en el Calvario fueron misericordiosos con nosotros, inmolándose en un único fuego de amor a Dios Padre; es ser pobre de espíritu, reconociendo que necesitamos de Dios Padre, de su Palabra y de su Amor; es ser humildes, como Cristo, que se humilló por nosotros, dejándose tratar como un pecador, siendo Dios Inmaculado; es tener hambre y sed de justicia por el Reino de Dios Uno y Trino; es ser pacífico, como Cristo Rey pacífico, que aún teniendo el poder de enviar fuego desde el cielo para aniquilar a sus enemigos, o de llamar a doce legiones de ángeles que los habrían aniquilado en un santiamén, extiende sin embargo sus brazos en la cruz, para abrazar, con el amor de Dios, a los hombres cegados por el odio y la rebelión.

Usar el escapulario entonces no quiere decir simplemente “portarse bien”, o “ser honrados”, o “ser buenos ciudadanos y buenos vecinos”: usar el escapulario significa vivir la existencia humana buscando en todo de imitar al Hombre-Dios Jesucristo, pero no con una imitación externa, extrínseca, sino por medio de la gracia, ya que solo por la gracia puede el alma ser una copia viva de Jesús en la tierra. Así se explica la promesa de María para quien use el escapulario: ¿cómo podría negarse la Virgen a llevar al cielo a quien lleve en su alma la imagen de su Hijo? Si alguien, usando el escapulario, busca vivir en gracia, y vivir en gracia quiere decir imitar a Jesús y ser una copia fiel de Jesús, y llevar impreso en el alma la imagen del Sagrado Corazón; ¿puede la Virgen dejar que alguien, llevando el escapulario por fuera, y la imagen de su Hijo dentro de su alma, se condene en el infierno? La Virgen María no salva del infierno y no saca del Purgatorio a un alma por el hecho de llevar puesto el escapulario: la Virgen María lleva al alma a la comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas –en esto consiste el cielo- cuando el alma, llevando exteriormente el escapulario, busca de configurar su alma con Cristo, busca de convertir su corazón de piedra en una copia del Corazón misericordioso del Salvador. Si al momento de morir, la Virgen descubre en el alma y en el corazón del que lleva su escapulario, una copia fiel de la imagen y del corazón de su Hijo, entonces sí la Virgen lo llevará al cielo, a la comunión de vida y amor con Dios Trino. Quien lleve el escapulario, al momento de la muerte, deberá mostrar a la Madre de Dios, la Virgen del Carmen, que con su fe y sus obras buscó de convertir su corazón en el Corazón de Cristo. Si al momento de la muerte el alma se presenta con un corazón que no es el de su Hijo, entonces la Virgen, aún cuando el alma lleve puesto su escapulario, no lo reconocerá como hijo suyo, porque no es igual a su Hijo Jesús, y entonces lo dejará caer en la oscuridad. No por usar el escapulario presentará la Virgen al alma a las Personas de la Trinidad, sino por poseer, el alma que usa el escapulario, la imagen de su Hijo Jesús, y la poseerá quien viva en gracia y de la gracia, lo que quiere decir vivir en Cristo y de Cristo.

Cuando la Virgen se le apareció a San Simón Stock, el santo la había invocado como “Estrella del mar”, y el sentido de la invocación es que, así como los marinos se guían por medio de las estrellas en la noche oscura, así los cristianos nos guiamos por María en la noche oscura de los tiempos. María es la Estrella del Mar, el Lucero radiante de la aurora, que señala el fin de la noche y el comienzo de la alegre eternidad en Cristo Jesús. Como Estrella de la mañana, como Lucero de la aurora, María del Carmelo obre en nosotros la promesa a San Simón Stock: que ilumine la noche de nuestros días, hasta la llegada del Día luminoso de la eternidad en Cristo.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1954, 477.

martes, 12 de julio de 2011

El significado de la rosa roja de María Rosa Mística


La rosa roja significa el espíritu de reparación y sacrificio. De esto surgen dos preguntas para el cristiano: ¿qué es lo que se debe reparar? Y la otra: ¿cómo hacer sacrificio? La respuesta la encontramos en la Pasión del Señor, descripta por la Venerable Luisa Piccarreta en “Las Horas de la Pasión”.

Para saber qué debemos reparar, aquí lo que nos dice Jesús a través de Luisa Piccarreta:

“Despreciado Jesús mío, el corazón se me hace pedazos al ver que mientras que los judíos se ocupan de ti para hacerte morir, Tú, concentrado en ti mismo, piensas en dar la vida por todos la Vida... Y poniendo yo atención en mis oídos, te oigo que dices:

"Padre Santo, mira a tu hijo vestido de loco... Esto te repare por la locura de tantas criaturas caídas en el pecado. Esta vestidura blanca sea en tu presencia como la disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa... ¿Ves, oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que les hace perder casi la luz de la razón? ¿Ves la sed que tienen de mi sangre? Pues Yo quiero repararte por todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, e impetrar para todos la luz de la razón. Mírame de nuevo, Padre mío. ¿Puede haber un insulto mayor? Me han pospuesto al gran malhechor... Y yo quiero repararte por las posposiciones que se hacen... ¡Ah, todo el mundo está lleno de estas posposiciones! Hay quien nos pospone a un vil interés; quien, a los honores; quien, a las vanidades; quien, a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a comilonas y embriagueces y hasta al mismo pecado; y todas las criaturas por unanimidad e incluso hasta en la más pequeña cosa, nos posponen... Y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar por las posposiciones que nos hacen las criaturas."

Jesús es pospuesto a Barrabás por el pueblo deicida: el Santo de los santos, el Dios Tres veces Santo, el Dios todo Amor, Pureza y Perfección, es pospuesto por un criminal, un asesino, un ladrón, que ni siquiera da signos de arrepentimiento. El Pueblo Elegido elige a un ídolo del mal, antes que al Dios de Bondad infinita.

Es la imagen de los católicos idólatras, que dejando a un lado al Dios de los sagrarios, a Jesús Sacramentado, se inclinan a los ídolos como el Gauchito Gil, San La muerte o la Difunta Correa, pero también representan a aquellos católicos, como lo dice el mismo Señor, que en vez de llenar sus corazones con el Amor de Dios, lo llenan con el odio, el rencor, la venganza; representa a quienes, en vez de llenar sus almas con la humildad de Cristo y de María, aprovechando la humillación o buscando la auto-humillación, se inflan con deseos de vanagloria, de honores mundanos, conseguidos al precio de sus almas; representan a los cristianos que, en vez de vivir en la sobriedad y en el decoro, tratando de imitar la pobreza evangélica de Jesucristo, se arrastran por los placeres y dignidades mundanas, y llenan sus vientres con comilonas y embriagueces.

El cristiano, viendo la ofensa y el ultraje inenarrable que recibe Jesús al ser pospuesto a un criminal, y al ver cómo la Eucaristía es pospuesta por los placeres y atractivos del mundo, y cómo la adoración eucarística es reemplazada por la adoración idolátrica a ídolos demoníacos, debe reparar por todo esto, por medio de la oración y de la adoración eucarística reparadora.

Luego a Jesús, habiendo sido condenado injustamente a ser flagelado, por el inicuo y cobarde juez Poncio Pilato, le son quitadas sus vestiduras:

“Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, pues de lo contrario no podré continuar viéndote sufrir tanto... ¿Cómo? Tú, que vistes a todas las cosas creadas, al sol de la luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas y de flores y a los pajarillos de plumas... Tú, ¿desnudo? ¡Qué osadía, qué atrevimiento!

Pero mi amantísimo Jesús, con la luz que irradia de sus ojos, me dice: "Calla, oh hija. Era necesario que Yo fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud y de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a la manera de las bestias. En mi virginal confusión quise reparar por tantas deshonestidades y lascivias y placeres bestiales... Pero sigue atenta a todo lo que hago, ora y repara conmigo y... cálmate".

Despojado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso. Veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; y con tanta ferocidad y furor te golpean que están ya cansados, pero otros dos verdugos los sustituyen... toman otros flagelos y te azotan tanto que en seguida comienza a chorrear sangre de tu santísimo cuerpo a torrentes... y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos... haciéndolo todo una llaga. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con nuevos flagelos más agudos y pesados prosiguen la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre chorrea y cae al suelo formando un verdadero lago en torno a la columna...”.

Hoy en día la inmoralidad es tomada como virtud y como un derecho humano, y de ese modo, se profanan una y mil veces los cuerpos de los hombres, llamados a ser “templos del Espíritu Santo”, según San Pablo. La crudelísima flagelación que sufre Jesús se debe a los innumerables pecados contra la carne que en todo el mundo y a toda hora se cometen. Todavía más, como si no fuera suficiente la ola nauseabunda que viene de los adultos, se quiere incorporar a esta náusea a la niñez, y para ello se les enseña, desde muy pequeños, que el cuerpo puede ser transformado las veces que se quiera, y puede ser profanado como se quiera y cuando se quiera.

Si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, al profanar el cuerpo, se profana a la Persona del Espíritu Santo que ha tomado posesión de él desde el bautismo, y esta sacrílega profanación es la que Jesús repara con la flagelación. Al ser flagelado, Jesús repara por los pecados de lujuria y de lascivia, cometidos por quienes olvidan que sus cuerpos han sido consagrados

El cristiano debe estar muy atento a no sumarse a la multitud de aquellos que golpean sin saña a Nuestro Señor, aquellos que tomando a burla la condición de templo de Dios que ha adquirido el cuerpo por el bautismo, lo profanan una y mil veces, todos los días.

Para saber hasta dónde debe llegar nuestro sacrificio, el alma debe contemplar el estado en el que queda Jesús, como consecuencia de su sacrificio de amor: “Jesús, flagelado amor mío, mientras te encuentras bajo esta tempestad de golpes me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima Sangre. Y cada golpe que recibes es una nueva herida para mi corazón, y mucho más, pues poniendo atención en mis oídos, percibo tus ahogados gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos oigo que dices: "Vosotros, todos los que me amáis, venid a aprender del heroísmo del verdadero amor; venid a saciar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantos deseos de placeres... de tanta sensualidad. En esta sangre mía hallaréis el remedio para todos vuestros males."

Y con tus gemidos continúas: "Mírame, oh Padre, hecho todo una llaga bajo esta tempestad de golpes, pero no me basta, pues quiero formar en mi cuerpo tantas llagas que en el Cielo de mi Humanidad sean suficientes moradas para todas las almas, de modo que conforme en Mí mismo su salvación, para hacerlos pasar luego al Cielo de la Divinidad... Padre mío, cada golpe de flagelo repare ante ti, una por una, cada especie de pecado, y al golpearme a Mí, sean excusa para quienes los cometen... Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto que las forcen a rendirse a Mí".

Viendo el sacrificio de Jesús, el cristiano debe ofrecer él mismo sacrificios diarios: debe hacer mortificación, ayunos, penitencias, para reparar por todos los ultrajes que recibe Jesús en su Cuerpo y en su Presencia Eucarística.

lunes, 11 de julio de 2011

El significado de la Rosa blanca de María Rosa Mística



¿Qué significan las tres rosas de María Rosa Mística? Para descubrirlo, veamos un poco la historia de las apariciones.
La vidente Pierina Guilli relata así la primera aparición de la Virgen: se le apareció una hermosísima señora que vestía túnica morada y cubría su cabeza con un velo blanco, tenía el pecho atravesado por tres espadas, su rostro estaba triste. Le corrían lágrimas hasta el suelo. Sus dulces labios se abrían para decir: "Oración, Penitencia, reparación", y luego guardó silencio.
En la segunda aparición, el 13 de julio de 1947, la Virgen vestía de blanco y en lugar de las tres espadas, llevaba en su pecho tres rosas: blanca, roja y dorada. Pierina le preguntó: "Por favor, dígame quien es usted". Con una sonrisa la señora le contestó: "Soy la Madre de Jesús y madre de todos vosotros". Después de una pausa prosiguió: "Nuestro Señor me envió para implantar una nueva devoción Mariana en todos los institutos así masculinos como femeninos, en las comunidades religiosas y en todos los sacerdotes. Yo les prometo que si me veneran de esta manera especial, gozarán particularmente de mi protección, habrá un florecimiento de vocaciones religiosas. Deseo que el día 13 de cada mes se me consagre como día Mariano y los doce precedentes sirvan de preparación con oraciones especiales." Su rostro se iluminó con una inexplicable alegría y continuó: "En ese día derramaré sobreabundancia de gracias y santidad sobre quienes así me hubiesen honrado. Deseo que el 13 de julio de cada año sea dedicado en honor de Rosa Mística".
Luego le explicó a Pierina el significado de las tres espadas:
1- La primera espada, significa la pérdida culpable de la vocación sacerdotal o religiosa.
2- La segunda espada, la vida en pecado mortal de personas consagradas a Dios.
3- La tercera espada, la traición de aquellas personas que al abandonar su vocación sacerdotal o religiosa, pierden también la fe y se convierten en enemigos de la iglesia.
El significado de las rosas.
La rosa blanca simboliza el espíritu de oración.
La rosa roja, el espíritu de sacrificio (para reparar).
La rosa dorada o amarilla, el espíritu de penitencia.
La Rosa blanca significa entonces oración. ¿Por qué nos pide oración la Virgen en Montichiari (Monte luminoso)? Ella misma lo dice: "Mi divino Hijo, cansado por las incesantes ofensas, quiso descargar su justicia, pero me interpuse como mediadora entre El y los hombres, intercediendo especialmente por las almas consagradas".
En la Cuarta aparición, el 16 de noviembre de 1947, profundiza más el motivo del pedido de oración: "Mi divino Hijo Jesús y Señor Nuestro esta hastiado de las muchas y graves ofensas que se le infieren por tantos pecados contra la santa pureza. Le provoca desatar un diluvio de castigos..., pero mi intercesión se ha interpuesto para que tenga compasión una vez mas, por eso pido en desagravio oración y penitencia. Suplico íntimamente a los sacerdotes que amonesten a los hombres para que no sigan en la liviandad. Yo regalaré mi gracia a quienes ayuden a expiar esos delitos”. ¿Se nos perdonará entonces? preguntó la vidente. La Rosa Mística contestó: "Sí, en cuanto se les deje de cometer". Y con estas palabras se alejó.
La Rosa blanca significa oración en desagravio de los pecados de impureza que se cometen día a día por personas consagradas, tanto sacerdotes, como laicos, pues ambos están consagrados a Dios, aunque de modo distinto.
¿Por qué el enojo de Jesús por los pecados de impureza? Para tratar de entender un poco, recordemos las palabras de San Pablo: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19). Por la gracia recibida en el bautismo, hemos sido convertidos en una nueva creación: si antes éramos sólo seres humanos, criaturas de Dios, ahora somos hijos adoptivos de Dios y templos del Espíritu Santo. Así como un templo material es consagrado al Espíritu Santo, así nuestros cuerpos han sido consagrados al Espíritu Santo, y si un templo material, consagrado y dedicado al Espíritu Santo, no puede ser usado para otros fines –comercio, venta, esparcimiento, etc.- que no sea el de honrar al Espíritu de Dios, así tampoco el cuerpo del cristiano puede ser usado para otro fin que no sea el de honrar a Dios.
Para darnos una idea de qué significa esto, tomemos la imagen de algo que conocemos, un templo material, como el que asistimos a Misa todos los días. Un templo, para ser digno de Dios, debe estar siempre limpio, bien iluminado, perfumado, adornado con flores, ya que la presencia de las imágenes sagradas, pero sobre todo la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, en el Sagrario, así lo reclama.
¿Qué sucedería si un sacerdote, o un fiel laico, hicieran entrar en el templo de Dios, a una gran cantidad de animales de todo tipo –caballos, gallinas, patos, ovejas, perros, gatos, etc.-, y los dejara encerrados en él durante mucho tiempo? Los animales, obviamente, harían sus necesidades fisiológicas, dejando todo inmundo y sucio, además de estar peleando continuamente. Esto constituiría una gravísima afrenta contra los santos, representados en las imágenes, pero sobre todo y principalmente, contra Jesucristo, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del altar, y el responsable de tal acción, sea sacerdote o laico, incurriría en un pecado mortal, y se haría reo de la justicia divina.
Esto mismo, y todavía muchísimo peor, es lo que sucede cuando el cristiano, cuyo cuerpo es templo del Espíritu Santo, comete impurezas, aún sólo de vista. Pero la impureza no se refiere sólo al aspecto ligado con la reproducción: la impureza es también del espíritu, cuando el alma acepta el mal, en cualquiera de sus formas: robo, engaño, violencia, adoración a los ídolos, como el dinero, el poder, el placer, el tener, la ambición codiciosa de bienes materiales inútiles. Todo esto vuelve al alma impura, así como los pecados ligados a la reproducción vuelven al cuerpo impuro.
Esto quiere decir que también cuando el cristiano comete otros delitos, como la violencia, la discordia, el enojo, la impaciencia; o cuando usa su cuerpo para decir una mentira, una calumnia, una difamación contra su prójimo –usa su cuerpo porque debe usar el cerebro y la lengua para emitir la palabra dirigida contra su hermano-, o cuando usa su cuerpo para ejercer alguna violencia sobre el otro; o cuando usa su cuerpo, sus pies y sus manos, para cometer cualquier otro delito, está profanando su cuerpo, y en él, profana al Espíritu Santo, dueño de ese templo. Todas estas son profanaciones contra el Espíritu Santo, porque son todos usos pecaminosos del cuerpo, que debería ser usado para glorificar a Dios. El cuerpo humano ha sido adquirido por Jesucristo al precio de su Sangre y de su Vida, para que sea propiedad del Espíritu Santo, y no para cometer delitos e impurezas corporales y espirituales de todo tipo.
Porque pertenece al Espíritu Santo, todo el cuerpo debe glorificar a Dios: el cerebro, con pensamientos santos y puros, como los de Jesucristo o los de la Virgen; los ojos corporales, para evitar lo malo y ver sólo las cosas santas y puras; la boca y la lengua, para hablar de amistad fraterna con el prójimo, y emitir cantos de alabanza a Dios; la nariz, los oídos, el tacto, los sentidos todos, deberían solo oler, oír y sentir las cosas santas; los pies, deberían trasladar al resto del cuerpo sólo para visitar enfermos, para ayudar al más necesitado, para acudir a Misa, para ir a rezar, y nunca para ejecutar el mal.
De esto se sigue que el devoto de María Rosa Mística, no puede ni siquiera ver los innumerables programas televisivos inmorales, en donde la profanación de los cuerpos es escandalosa y sin límites, aunque también debe evitar cualquier uso pecaminoso del cuerpo, cuidando bien los pensamientos dirigidos contra el prójimo, porque eso ya es usar el cuerpo de un modo no santo.
Pero la vida cristiana no consiste principalmente en evitar lo negativo y malo, sino en vivir en plenitud la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, y vivir esta vida implica el uso del cuerpo para cosas santas, como la oración, la cual debe ser continua, perseverante, confiada, devota, humilde.
Éste es el significado de la Rosa blanca de María Rosa Mística.