Al contemplar a María en su niñez, ¿alguien podría haberse imaginado, al verla en la inocencia de sus juegos infantiles, que esa Niña era la Mujer del Apocalipsis, revestida de sol, resplandeciente en los cielos, Señora del universo y Reina de los Ángeles de Dios? ¿Alguien habría podido entrever que esa graciosa Niña era la Mujer del Génesis que aplasta la cabeza de la serpiente del infierno?
¿Quién hubiera podido pensar, al contemplar a María, que esa pequeña mujer hebrea era la causa y el origen de una nueva raza humana? Aún si se lo hubieran contado, nadie habría dado por cierto que de esa frágil mujer dependía el destino de toda la humanidad, y que era a la vez el inicio de una nueva humanidad, la humanidad de los hijos de Dios.
Al ver pasar a María, ocupada en sus humildes tareas cotidianas de toda mujer hebrea de la época –preparar la comida, limpiar la casa, acarrear agua, cuidar la huerta-, ¿quién podría haber afirmado que esa delicada mujer era el umbral entre el tiempo humano y la eternidad de Dios, umbral que en el tiempo terminaría dando paso a la Eternidad misma, al encarnarse el Eterno Dios en su seno?
Viendo a María ya encinta por obra del Espíritu, huir con San José a lomo de burro, de sus asesinos, que querían eliminar de la tierra al Verbo de Dios que llevaba en sus entrañas; viéndola en toda la fragilidad y debilidad de la huida al exilio, del escape forzoso a un lugar más seguro; viéndola cómo debe emprender la partida porque sus enemigos son poderosos, están armados con espadas afiladas de acero y hierro, mientras que Ella es una débil Mujer embarazada, sin más protección visible que su esposo adoptivo, ¿podría alguien creer que esa frágil mujer embarazada que huye de un ejército de asesinos, era la Madre de Dios, ante cuyo solo nombre el infierno entero tiembla de espanto?
¿Quién hubiera podido pensar que esa pobre mujer que da a luz virginalmente a un niño, en una fría noche, en un establo, ignorada por todos los hombres, era la causa de la salvación, de la vida nueva en Dios, y de la alegría de toda la humanidad, porque lo que daba a luz era a Dios Hijo en Persona, el Salvador, la Alegría de Dios, revestido de Niño humano?
¿Quién iba a pensar que esa frágil mujer hebrea, que alimentaba a su Hijo recién nacido, iba a alimentar a la humanidad entera con el Pan de Vida, el cuerpo de su Hijo resucitado, la Eucaristía?
Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, y por lo débil y lo frágil, Dios muestra su Omnipotencia.
¿Quién hubiera podido pensar, al contemplar a María, que esa pequeña mujer hebrea era la causa y el origen de una nueva raza humana? Aún si se lo hubieran contado, nadie habría dado por cierto que de esa frágil mujer dependía el destino de toda la humanidad, y que era a la vez el inicio de una nueva humanidad, la humanidad de los hijos de Dios.
Al ver pasar a María, ocupada en sus humildes tareas cotidianas de toda mujer hebrea de la época –preparar la comida, limpiar la casa, acarrear agua, cuidar la huerta-, ¿quién podría haber afirmado que esa delicada mujer era el umbral entre el tiempo humano y la eternidad de Dios, umbral que en el tiempo terminaría dando paso a la Eternidad misma, al encarnarse el Eterno Dios en su seno?
Viendo a María ya encinta por obra del Espíritu, huir con San José a lomo de burro, de sus asesinos, que querían eliminar de la tierra al Verbo de Dios que llevaba en sus entrañas; viéndola en toda la fragilidad y debilidad de la huida al exilio, del escape forzoso a un lugar más seguro; viéndola cómo debe emprender la partida porque sus enemigos son poderosos, están armados con espadas afiladas de acero y hierro, mientras que Ella es una débil Mujer embarazada, sin más protección visible que su esposo adoptivo, ¿podría alguien creer que esa frágil mujer embarazada que huye de un ejército de asesinos, era la Madre de Dios, ante cuyo solo nombre el infierno entero tiembla de espanto?
¿Quién hubiera podido pensar que esa pobre mujer que da a luz virginalmente a un niño, en una fría noche, en un establo, ignorada por todos los hombres, era la causa de la salvación, de la vida nueva en Dios, y de la alegría de toda la humanidad, porque lo que daba a luz era a Dios Hijo en Persona, el Salvador, la Alegría de Dios, revestido de Niño humano?
¿Quién iba a pensar que esa frágil mujer hebrea, que alimentaba a su Hijo recién nacido, iba a alimentar a la humanidad entera con el Pan de Vida, el cuerpo de su Hijo resucitado, la Eucaristía?
Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, y por lo débil y lo frágil, Dios muestra su Omnipotencia.
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