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jueves, 4 de febrero de 2010

La Virgen al pie de la cruz, la Virgen al pie del altar




Cuando hablamos de la Santa Misa en su aspecto de misterio –no en la descripción de sus partes, sino en su aspecto de misterio sobrenatural-, nos referimos al hecho de que se trata de una representación sacramental del único sacrificio de la cruz, el sacrificio del Calvario.
La Misa es por lo tanto el mismo sacrificio del Calvario, solo que renovado de modo sacramental, pero que nos pone a nosotros como espectadores privilegiados de la muerte en cruz de Jesús. Nos referimos y consideramos a la misa como el sacrificio de Jesús en la cruz, y es así que espiritualmente buscamos de unirnos a su cruz, de subir con el espíritu a la cruz de Jesús para ser crucificados con Él.
La Misa es el equivalente para nosotros, que vivimos separados por XXI siglos del hecho histórico de la crucifixión y a miles de kilómetros del lugar de donde sucedió, de ese hecho histórico: estar en misa es estar delante de Jesús crucificado. Jesús es el personaje central en la misa, porque es su muerte en cruz la que se renueva, y porque es su cuerpo resucitado el que recibimos en la Eucaristía.
Pero hay alguien que pasa inadvertido en la consideración de la misa como la renovación del misterio de la cruz, y ese alguien es la Virgen María. No puede estar ausente la Madre si el Hijo está Presente y menos cuando el Hijo agoniza en la cruz.
Así como María estuvo al pie de la cruz –(cfr. Jn 19, 25-27: “...Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre...”)-, acompañando con su amorosa Presencia maternal a su Hijo que donaba su vida para la vida del mundo, así está Presente María en la renovación del sacrificio del altar, la Santa Misa.
Así lo sostiene el Santo Padre Juan Pablo II, en la carta a los sacerdotes para el Jueves Santo del año 1988: “En particular, cuando celebrando la Eucaristía nos encontramos cada día sobre el Gólgota, se encuentra cercana a nosotros Aquella quien mediante la fe heroica ha llevado al culmen la unión con el Hijo, justamente allí en el Gólgota” [1]. En estas maravillosas palabras, el Santo Padre nos descubre un doble misterio sobrenatural, que llena de asombro y de admiración: la Santa Misa es la renovación del sacrificio del Calvario; es el Gólgota, y la Virgen María está en el Santo Sacrificio del altar, en Persona, así como estuvo en Persona, en el Santo Sacrificio de la Cruz. ¡La Virgen Madre está junto al altar de la cruz, y junto a la cruz del altar! ¡Consuelo divino en el dolor!
Es decir, lo que nos dice el Santo Padre es que si la Misa es la renovación del sacrificio del Calvario, así como María estuvo al pie de la cruz acompañando a su Hijo agonizante, así está en la misa al pie del altar, en la misteriosa y mística Presencia de su Hijo que en el altar renueva su sacrificio en la cruz. Y así como lo ofrendó como don agradabla al Padre para la vida del mundo, así nos lo ofrenda a nosotros como Pan de Vida. María al pie la cruz, María al pie del altar, María engendrando a su Hijo en Belén, Casa de Pan, María donando a su Hijo en la Eucaristía, Pan de Vida eterna.
Ayer, acompañó a su Hijo en la Pasión, Pasión que desembocó en la resurrección; hoy, nos acompaña a nosotros en la vida, valle de lágrimas, camino de la cruz, Cuaresma continua, para que lleguemos algún día a las alegrías de la resurrección.
[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 25/03/1988, Ciudad del Vaticano (Roma), VOL. XI/1 (1988) 721-743.

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