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martes, 26 de noviembre de 2019

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


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         Aparición del 27 de noviembre del 1830[1]

La tarde el 27 de Noviembre de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando se le apareció la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza. Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita. La Santísima Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo y llenaban toda la parte baja.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y dijo a su corazón: “Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”. Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo. El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.


En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda. Oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla. En él aparecía una Msobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En adelante, ya no veras , hija mía; pero oirás mi voz en la oración”.

Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás. Esta imagen demuestra que la Virgen participa del poder omnipotente de Dios y que le ha sido concedido a Ella el aplastar la cabeza de la Serpiente Antigua, Satanás.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza indican que Ella es la mujer del Apocalipsis, revestida del sol.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan. A la Virgen le ha sido encomendad la misión, por la Santísima Trinidad, de interceder por sus hijos y por el mundo entero, por lo que debemos confiar en todo y recurrir siempre a Nuestra Madre del Cielo.
-Jaculatoria: confirma el dogma de la Inmaculada Concepción, el cual es revelado aun antes de la definición dogmática de 1854. La Virgen no es solo la Llena de gracia y la inhabitada por el Espíritu Santo, sino que es concebida sin la mancha del pecado original.
-El globo bajo sus pies es el globo terráqueo y con esto se quiere significar que la Virgen es Reina de los cielos y tierra.
-El globo en sus manos: también es el globo terráqueo, aunque en este caso, es el mundo que es ofrecido a Jesús por manos de la Virgen, confirmando así su misión intercesora.

En el reverso:

-La cruz: es el precio que pagó Nuestro Señor Jesucristo por el misterio de nuestra redención. En correspondencia, nosotros como cristianos debemos a Jesús y María obediencia, sacrificio y entrega.
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los Dos Corazones: la co-rredención de la Virgen, en unión indisoluble con su Hijo Jesús, el Redentor. La Virgen no participó físicamente de la Pasión, pero sí moral, espiritual y místicamente. Significa también la devoción a los Dos Corazones y el reinado de ambos sobre hombres y ángeles.

Nombre:

La Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada Concepción”, pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente “La Medalla Milagrosa”.
Entonces, si necesitamos alguna gracia, recordemos que María es Mediadora de todas las gracias y que, si es la voluntad de Dios, nos concederá las gracias que necesitemos para nuestra eterna salvación. Usemos la Medalla Milagrosa todos los días y esperemos confiados en la intercesión y el amor maternales de María Santísima, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.


[1] https://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm

lunes, 18 de noviembre de 2019

La Presentación de María Santísima


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          Según una antigua tradición, la Virgen María fue presentada al Templo a la edad de tres años[1]. La celebración concentra su mirada en la dedicación a Dios que hizo la Virgen de sí misma a lo largo de toda su vida. La razón por la cual la Virgen Santísima fue llevada al Templo a tan corta edad, para vivir allí una vida de total consagración a Dios, se encuentra en su condición de ser Ella la Inmaculada Concepción, la concebida sin la mancha del pecado original. Como consecuencia de haber sido creada no solo sin que el pecado la afectase mínimamente, sino al mismo tiempo como Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, la Virgen no tuvo, desde su nacimiento, otro deseo y otro pensamiento en el corazón que el de servir a Dios, consagrando a Él su vida desde el inicio. Por esta razón, para poder cumplir con este anhelo de la Virgen de querer amar y servir a Dios de cuerpo y alma, con todo su ser, desde que nació, es que sus padres, los santos Joaquín y Ana, la llevaron al Templo a la edad de tres años, para que allí pudiera cumplir aquello que era un deseo que llevaba impreso en lo más íntimo y profundo de su Inmaculado Corazón. Había muchas vírgenes consagradas en el Templo, pero ninguna fue consagrada a tan temprana edad; además, las demás vírgenes, aun cuando tuvieran grandes deseos de amar y servir a Dios, debían luchar contra la concupiscencia del pecado, lo cual no ocurría con la Virgen, puesto que Ella había sido concebida sin el pecado original, además de ser la Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo. Desde los tres años, en que ingresó al Templo, la Virgen estuvo consagrada y dedicada al servicio y adoración de Dios, aunque este deseo lo llevaba ya impreso, como dijimos, en lo más profundo de su ser, desde su Inmaculada Concepción. Y este servicio y esta adoración de Dios la llevó a cabo la Virgen no solo en la niñez, sino durante toda su vida, dando su “Sí” ante el Anuncio del Ángel en la Encarnación del Verbo y luego ofrendando su vida entera al cuidado de su Hijo Jesús, hasta que Él tuvo la edad suficiente para salir a predicar públicamente. Sin embargo, ni siquiera entonces la Virgen dejó de servir y adorar a su Hijo, Dios Hijo encarnado, porque si bien no participó físicamente de su Pasión, sí participó moral, espiritual y místicamente de la misma, por lo que la Virgen es llamada Corredentora de los hombres, en asociación y participación a la corrredención de su Hijo Jesús.
          Puesto que somos hijos de la Virgen, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre del cielo; por esta razón, independientemente de nuestro estado de vida, debemos también tener el deseo de consagrarnos a Dios a través del Inmaculado Corazón de María y para ello, debemos siempre procurar vivir en gracia –así la imitaremos en su condición de Llena de gracia-, tener una aversión al pecado –la imitaremos en su condición de libre del pecado original- y tener un gran deseo de amar, servir y adorar a Dios Uno y Trino, desde ahora hasta el fin de nuestros días terrenos, tal como lo hizo la Virgen Santísima. Y así obtendremos el premio que Dios reserva para los que lo adoran, aman y sirven, el Reino de los cielos, en compañía de María y Jesús.




[1] Cfr. Misal Romano, Fiesta de la Presentación de la Virgen.

jueves, 7 de noviembre de 2019

María, Mediadora de todas las gracias



Dios Uno y Trino es la Gracia Increada y el Creador de toda gracia participada. En la gracia y por la gracia se nos concede la participación en la vida de Dios Trinidad, por lo que no hay mayor don para el hombre en esta vida, que la gracia santificante. Si un hombre recibiera en herencia todos los reinos de la tierra con sus riquezas inmensas, todas ellas no valdrían lo que la más pequeña gracia, porque el valor de la gracia supera a los bienes de la tierra más que la distancia que hay entre cielos y tierra. Por eso, quien recibe una gracia, se puede considerar como el más afortunado de todos los hombres, incluso de los hombres más poderosos y ricos de la tierra. Un mendigo, que reciba una gracia, por ínfima que sea, es más afortunado que los hombres más ricos del planeta, porque la gracia nos hace participar de la vida de Dios Trinidad, en tanto que los bienes materiales no. Es en Dios Uno y Trino en donde se encuentra, por lo tanto, aquello que nos hace dichosos en esta vida, como anticipo de la dicha de la vida eterna: la gracia santificante.
Ahora bien, Dios es bondadoso y quiere darnos su gracia; sin embargo, si nosotros acudimos por nosotros mismos a pedir las gracias, con toda seguridad seremos rechazados, a causa de nuestra indignidad, tal como nos enseñan los santos. Sin embargo Dios, en su infinita bondad, arregló las cosas de tal manera que las gracias llegaran a nosotros, aun a pesar de nuestra indignidad. ¿Qué hizo Dios? Lo que hizo fue crear a la creatura más hermosa y bondadosa de todas, dejarla a salvo del pecado original, en mérito a la Pasión de Jesús, y nombrarla como Madre de todos los hombres: esa creatura, para la cual no hay alabanza suficientemente digna y grande, es la Virgen María, a la cual Dios Hijo nos la dio como Madre nuestra antes de morir en la Cruz, cuando le dijo al Evangelista Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre”. Y como en Juan estábamos representados todos los hombres, no solo Juan la tuvo por Madre, sino todos nosotros, todos los hombres pecadores. Y puesto que la Virgen Santísima, Nuestra Madre del Cielo, estuvo unida a su Hijo Jesús durante toda su Pasión, convirtiéndose en Corredentora al unirse místicamente a su misterio pascual de muerte y resurrección, es también, por designio divino, la Mediadora de todas las gracias, necesarias para nuestra eterna salvación. Y esto de manera tal que no hay gracia, por pequeña o grande que sea, que no provenga de Dios Uno y Trino y no pase por María Santísima. En otras palabras: cualquier gracia, por pequeña o grande que sea, proviene de Dios como de su Fuente, pero pasa por el Inmaculado Corazón de María como su canal, para poder llegar hasta nosotros. Esto quiere decir que cualquier gracia que necesitemos, del orden que sea, pasa indefectiblemente por María, Mediadora de todas las gracias. A Ella, que es Nuestra Madre amantísima del Cielo, nos dirigimos entonces para pedirle todas las gracias que necesitamos para nuestra eterna salvación, para la salvación de nuestros seres queridos y para la salvación del mundo entero.