Para el Manual del Legionario[1],
nuestra fe –la fe en Cristo Dios, el Mesías, el Redentor, el Victorioso
Vencedor del Demonio, la Muerte y el Pecado con su Santo Sacrificio en Cruz- se
alimenta, en la Misa, por medio de la Palabra de Dios. Dice así el Manual del
Legionario: “La Misa es, ante todo, una celebración de fe, de esa fe que nace
en nosotros –la que recibimos en el Bautismo sacramental- y nos alimenta a
través de la Palabra de Dios”. Es decir, la Santa Misa, el Santo Sacrificio del
altar, es un medio para alimentar nuestra fe en Dios Uno y Trino, en su Mesías,
Cristo Dios y en María Santísima, Mediadora de todas las gracias, a través de la
Palabra de Dios. Podemos decir que en la Misa nuestra alma se alimenta
doblemente de la Palabra de Dios: de la Palabra de Dios pronunciada –liturgia de
la Palabra- y de la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su encarnación en
la Eucaristía –liturgia de la Eucaristía-; de ambas formas se alimenta nuestra
alma en la Misa con la Palabra de Dios.
Continúa luego el Manual[2],
recordando las palabras del Misal en su capítulo “Instrucción General” (Número
9): “Cuando las Escrituras se leen en la Iglesia, es el propio Dios el que
habla a su Pueblo y Cristo, presente en la Palabra, está proclamando el
Evangelio”. Es decir, en la liturgia de la Palabra, es Dios mismo quien habla a
su Pueblo, así como le hablaba al Pueblo Elegido y en el momento del Evangelio,
es Cristo en Persona quien lo proclama. Ésta es la razón de la importancia de
la Palabra de Dios y la necesidad de escucharla con reverencia, de modo atento,
no como se escucha cualquier otro diálogo, ya que es Dios quien nos habla desde
las lecturas, y también Cristo nos proclama el Evangelio: “De aquí que las
lecturas de la Palabra de Dios estén entre los elementos más importantes de la
liturgia y todos cuantos las escuchan deberían hacerlo con “reverencia”.
Luego
de las lecturas sigue la homilía, la cual –cuando es acorde al Evangelio, ya
que no debe contener elementos ajenos al Evangelio- es parte importante de la
liturgia de la Palabra, siendo necesaria ante todo en Domingos y días festivos:
“La homilía es también una parte de la misma, de gran importancia. Es una parte
necesaria de la Misa de los Domingos y festivos. En los demás días de la semana
ha de intentarse que haya una homilía”. Por medio de la homilía, el sacerdote
hace una explicación del Evangelio que ha leído, para así fortalecer la fe de
los creyentes –la homilía debe referirse al Evangelio y no puede, de ninguna
manera, poseer contenido político-: “A través de esta homilía, el sacerdote
explica a los fieles el texto sagrado, como enseñanza de la Iglesia para el
fortalecimiento de la fe en los allí presentes”.
Por último, afirma el Manual que la Virgen es nuestro modelo
y ejemplo de cómo participar en la liturgia de la Palabra[3]: “Al
participar en la celebración de la Palabra, Nuestra Señora es nuestro modelo
porque “es la Virgen atenta que recibe la Palabra de Dios con fe, que en su
caso fue la puerta que le abrió el sendero hacia su maternidad divina”. Esto
quiere decir que, de la misma manera a como la escucha de la Palabra fue para
la Virgen el camino hacia la Encarnación del Verbo en su seno virginal, así la
escucha de la Palabra, por parte nuestra, con un espíritu atento y participando
de la escucha de la Virgen, hará que en nuestros corazones se engendre Cristo,
Palabra del Padre eternamente pronunciada.