La Virgen entregando el Rosario a Santo Domingo
(Murillo)
Esta
conmemoración fue instituida por el Papa San Pío V en el día aniversario de la
victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571),
victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La
celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de
Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo
especialísimo a la Encarnación, la Pasión y la gloria de la Resurrección del
Hijo de Dios.
En
la Memoria de la Santísima Virgen María del Rosario, se pide la ayuda de la Santa
Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios
de Cristo bajo la guía de aquella que participó espiritual y místicamente del Misterio Pascual del
Hombre-Dios Jesucristo.
Por
lo tanto, es un día ideal para rezar el Rosario y para recordar su origen, en
qué consiste su rezo y cuál es el inmenso beneficio espiritual que su rezo
comporta. El Rosario es una serie de ciento cincuenta Avemarías repartidas en
decenas; cada una de las cuales comienza por un Padrenuestro y termina con un Gloria.
Al recitarlo, los fieles honran a Cristo y a su Santísima Madre y meditan sobre
los quince principales misterios de la vida de ambos, de suerte que el rosario
es una especie de resumen del Evangelio, un recuerdo de la vida, los
sufrimientos y la glorificación del Señor y una síntesis de su obra redentora. Si
se sigue la propuesta del papa Juan Pablo II, se debe agregar a estos quince
los cinco “misterios de la luz”, que añade al conjunto cinco aspectos “sacramentales”
(el bautismo de Jesús, las Bodas de Caná, la proclamación del Reino, la
Transfiguración y la institución de la Eucaristía). El cristiano debería tener
siempre presente esos misterios, rendir a Dios un homenaje de amor perpetuo,
alabarle por cuánto sufrió por él, y regular su vida y moldear su alma con la
meditación de los misterios del rosario. Precisamente ese rezo es un método
fácil y adaptable a toda clase de personas, aun a las menos instruidas, y una
excelente manera de ejercitar los actos más sublimes de fe y contemplación.
Todo el Evangelio está contenido en el Padrenuestro, la oración que el Señor
nos enseñó, y quienes lo han penetrado a fondo no pueden cansarse de repetirlo;
en cuanto al Avemaría, toda ella está centrada en el misterio de la Encarnación
y es la oración más apropiada para honrar dicho misterio. Aunque en el Avemaría
hablamos directamente a la Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa
oración es sobre todo una alabanza y una acción de gracias a su Hijo por la
infinita misericordia que nos mostró al encarnarse.
San
Pío V ordenó en 1572 que se conmemorase anualmente a Nuestra Señora de las
Victorias para obtener la misericordia de Dios sobre su Iglesia, para
agradecerle sus innumerables beneficios y, en particular, para darle gracias
por haber salvado a la cristiandad del dominio de los turcos en la victoria de
Lepanto (1571). Aquel triunfo fue una especie de respuesta directa del cielo a
las oraciones y procesiones del rosario, organizadas por las cofradías de Roma,
en el momento en que se libraba la batalla. Un año más tarde, Gregorio XIII
cambió el nombre de la fiesta por el del Rosario y determinó que se celebrase
el primer domingo de octubre (día en que se había ganado la batalla). El 5 de
agosto de 1716, día de la fiesta de la dedicación de Santa María la Mayor, los
cristianos, mandados por el príncipe Eugenio, infligieron otra importante
derrota a los turcos en Peterwardein de Hungría. Con ese motivo, el Papa
Clemente XI extendió a toda la Iglesia de Occidente la fiesta del Santo
Rosario. Actualmente se celebra el 7 de octubre, día en que se ganó la batalla
de Lepanto; pero los dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.
Según
la tradición dominicana, ratificada por muchos Pontífices, santo Domingo fue
quien dio al rosario su forma actual, cuando obedeció al pie de la letra las
instrucciones que le dio la Santísima Virgen en una visión. Es posible que no
exista ninguna tradición de este tipo que haya sido más violentamente atacada
ni más apasionadamente defendida. La verdad de aquel suceso fue puesta en duda
por primera vez hace dos siglos y, desde entonces, la controversia se ha
entablado una y otra vez. Ya se sabe que el uso de objetos similares al rosario
para ayudar a la memoria a llevar la cuenta es muy antiguo y anterior a la
época de santo Domingo. Por no citar más que un ejemplo, los monjes de Oriente
emplean una especie de rosario de cien cuentas o perlas dispuestas de modo muy
diferente al nuestro y que no tiene nada que ver con el que nosotros rezamos.
Por otra parte, está fuera de duda que en el siglo XIII se acostumbraba ya en
todo el Occidente repetir cierto número de padrenuestros o avemarías (con
frecuencia 150, que es el número de los salmos) y llevar la cuenta por medio de
sartas de cuentecillas. La famosa Lady Godiva, de Coventry, que murió hacia
1075, legó a cierta estatua de Nuestra Señora “el collar de piedras preciosas
que había mandado ensartar en un cordón para poder contar exactamente sus
oraciones” (Guillermo de Melmesbury). Está prácticamente probado que dichos
collares se usaban para rezar padrenuestros; por ello, en el siglo XIII y
durante toda la Edad Media, se llamaban “paternosters”, y se daba el nombre de “paternostreros”
a quienes los fabricaban. Un sabio obispo dominico, Tomás Esser, afirmaba que
la costumbre de meditar durante la recitación de las Avemarías había sido
introducida por ciertos cartujos en el siglo XIV. Por otra parte, ninguna de
las historias del rosario anteriores al siglo XV hace mención de Santo Domingo
y, durante los dos siglos siguientes, ni siquiera los dominicos estaban de
acuerdo en la manera de definir el papel desempeñado por el santo fundador.
Ninguna de sus biografías primitivas habla del rosario y los primeros
documentos de la orden, aun los que se refirieron a los métodos de oración,
tampoco lo mencionan. Además, la iconografía dominicana, desde los frescos de
Fra Angélico hasta la suntuosa tumba de Santo Domingo en Bolonia (terminada en
1532), no ofrece vestigios del rosario.
En
vista de los hechos que acabamos de enumerar, la opinión actual sobre el origen
del rosario es muy diferente de la que prevalecía en el siglo XVI. Dom Luis
Gougaud escribía en 1922 que “los diferentes elementos que componen la devoción
católica conocida ordinariamente con el nombre de rosario, son el producto de
un desarrollo gradual y prolongado, de una evolución que comenzó antes de la
época de santo Domingo, continuó sin que el santo influyese en ella y tomó su
forma definitiva varios siglos después de su muerte”. El P. Gettino, O.P.,
opina que Santo Domingo puede considerarse como el creador de la devoción del
rosario, porque popularizó la práctica de rezar una serie de avemarías, aunque
no fijó su número ni determinó la inserción de los padrenuestros. Por su parte,
el P. Beda Jarret, O.P., afirma enfáticamente que el rosario inventado por
santo Domingo no era, propiamente hablando, “una devoción o fórmula de oración
sino un método de predicación”.
Pero,
aunque tal vez haya que abandonar la idea de que santo Domingo inventó y
propagó la devoción del rosario, no por ello deja ésta de estar íntimamente
relacionada con los dominicos, ya que fueron ellos quienes le dieron la forma
que tiene actualmente y durante varios siglos la han predicado en todo el
mundo. Ello ha sido una fuente de bendiciones para innumerables almas y ha
producido una corriente incesante de oraciones que se elevan a Dios. No hay
cristiano, por simple e iletrado que sea, que no pueda rezar el rosario. Y
dicha devoción puede ser el vehículo de la más alta contemplación y de la
oración más sencilla. El rosario, que es una oración privada, sólo cede en
dignidad a los salmos y a la oración litúrgica, la oración que la Iglesia, en
cuanto tal, eleva a Dios todopoderoso y a su enviado Jesucristo. Todo cristiano
está familiarizado con la idea de que, siendo el rosario una verdadera fuente
de gracias, es muy natural que la Iglesia le consagre una fiesta.
Personalmente,
nos inclinamos por la Tradición que afirma que fue la Santísima Virgen quien se
le apareció a Santo Domingo, mientras predicaba en tierra albigense, y le dio y
enseñó a recitar el Santo Rosario como “arma espiritual” con la que habría de
derrotar a los enemigos de las almas, los ángeles caídos, además de conseguir
enormes frutos de conversión entre las almas, lo cual efectivamente sucedió
luego de esta aparición de la Virgen a Santo Domingo. Además,
sobre esta aparición a Santo Domingo, se fundamenta una nueva aparición de la
Virgen, a otro dominico, esta vez el Beato Alano de la Roche, a quien la Virgen
le enumeró los quince beneficios espirituales que Ella otorgaría a los devotos
del Santo Rosario.
Sin
embargo, el tesoro espiritual del Santo Rosario no radica en ser meramente un
recuerdo piadoso del misterio pascual del Señor Jesús, además de una oración de
veneración a su Santísima Madre, la Virgen María: al rezar el Santo Rosario,
desde y en el Corazón Inmaculado de María, se pide a la Virgen de contemplar
los misterios de la vida de su Hijo Jesús, de manera tal de unirnos, mística y
espiritualmente, a ellos; además, se pide a la Virgen que, durante el rezo del
Santo Rosario, sea Ella, la Medianera de todas las gracias, que modele nuestros
corazones a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
El
rezo del Santo Rosario es tanto o más necesario en nuestros días que en los
días de Santo Domingo, pues si bien el santo predicó en tierras francesas,
infectadas por la herejía albigense, en nuestros días, las herejías se han
multiplicado por toda la tierra y, lo que es peor y más grave aún, en el seno
mismo de la Santa Iglesia Católica, de manera tal que los herejes y cismáticos
pretenden cambiar los Sacramentos y, en el colmo de su osadía diabólica, hasta
los Mandamientos mismos de Dios. Además, no solo abundan los enemigos internos
dentro de la Iglesia que, a imitación de Judas Iscariote, tratan de demolerla
desde sus cimientos: al igual que en la Batalla de Lepanto y en las otras
batallas contra los musulmanes, ganadas gracias a la intervención celestial de
María Santísima, también en nuestros días, los musulmanes, por medio de sectas
islámicas fundamentalistas, como el ISIS, Boko Haram, Al Qaeda y muchas otras
más, buscan atacar y destruir a la Iglesia materialmente, quemando sus edificios,
destruyendo las imágenes sagradas, persiguiendo y asesinando cristianos,
cometiendo verdaderos genocidios, no solo en Medio Oriente, sino en todo lugar
del mundo, principalmente en donde el islamismo está más arraigado. Por esta
razón, es más necesario que nunca, el rezo del Santo Rosario, para que la Madre
de Dios, Victoriosa vencedora junto a su Hijo Jesús, nos obtenga de Él el
triunfo sobre los enemigos internos y externos de la Iglesia. El tercer motivo
por el cual debemos rezar el Rosario hasta el último día de nuestras vidas, es
que no solo es una alabanza al Padre –con el Padrenuestro-, una glorificación a
la Santísima Trinidad –con el Gloria- y un acto de amor filial y devoción
mariana –con el rezo de las Avemarías de cada misterio-, sino que por el
Rosario, la Virgen nos hace participar, místicamente, de los misterios de la
vida de su Hijo Jesús, a la par que configura nuestros pobres corazones, por
medio de la gracia, a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Por último, el
alma que reza el Rosario, se hace destinataria de la Misericordia Divina,
siendo receptora de los inmensos beneficios espirituales concedidos por la
Madre de Dios a los devotos del Santo Rosario, tal como se lo anunciara al
Beato Alano de la Roche. Por todos estos motivos, no dejemos de rezar el Santo
Rosario, día y noche, todos los días de nuestra vida terrena, hasta el día en
que, por el Amor Misericordioso del Sagrado Corazón, y de la mano de Nuestra
Madre del Cielo, la Virgen del Rosario, entremos en la feliz eternidad.
Acerca del
origen de esta fiesta, véase Benedicto XIV, De
festis, lib. II, c. 12, n. 16; y Esser, Unseres
Lieben Frauen Rosenkranz, 354. Los argumentos que se oponen a la atribución
de la institución del rosario a Santo Domingo pueden verse por extenso en Acta Sanctorum, agosto, vol. I, pp. 422
ss; en The Month, oct. 1900 y abril
1901; el P. Thurston, autor de dichos artículos, los resumió en Catholic Encyclopedia (lamentablemente,
no hay vesión castellana de este artículo). Naturalmente no faltan autores que
reivindiquen para Santo Domingo la gloria de haber inventado el rosario, por
ejemplo, P. W. Lescher, O.P., St Dominic and the Rosary (1902). Sobre el
rosario en los documentos de los últimos pontífices, pueden verse la encíclica “Grata
Recordatio”, de Juan XXIII, la exhortación apostólica “Marialis Cultus”, de
Pablo VI, o la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” de Juan Pablo II, en
la que propone los cinco misterios de luz que mencionábamos más arriba; cfr. artículo
del Butler-Guinea con modificaciones.